Ocupaciones

(Nad Iksodas)


Se complacía en ofrecer su exultante venus al hombre, en dejarse cabalgar sobre sus ancas ebúrneas, en ser martilleada por el refinado vidrio del otro, en dejarse humedecer extensamente por su saliva sobre los caminos más preservados, en percibir un aliento de sangre, en ser prospectada por una lengua tenaz, en ser triturada en sus músculos por cada dentellada ansiosa, en ser allanada por la mano que domeñaba sus cabellos, en ser consolada con la voz de los susurros, en dejarse bordear los acantilados de su ámbito, en ser saboreada por el gusto de salitre del hombre, en ser desgajada en el vértice de sus extremidades, en sentirse enfurecida ante la cálida inmersión del hombre en sus huecos, en estremecerse con los empellones que la elevaban o la derribaban alternadamente por encima del mundo ordinario, en el abrazo elíptico que el cuerpo del hombre trazaba sobre el suyo, en mirarle, cómo no, en su actividad empeñada transformando el mineral de su carne.

Geografías

(Nad Iksodas)


Se complacía en saltar con la palma de su mano sobre las dunas del cuerpo de ella, en adentrarse por sus espacios laterales con las puntas de sus dedos, en asomarse a la caída de los perfiles redondeados, en extenderse por sus llanos, en sumergirse en las zonas umbrosas, en sorber en sus pequeños lagos, en recoger los guijarros adheridos caprichosamente, en desplazarse por las mesetas de sus músculos tranquilos, en palpar las formaciones recónditas, en arar con sus uñas las estrías de su piel, en escalar las prominencias de su torso, en escarbar entre sus erupciones cálidas, en ascender hasta el belvedere de su mirada larga, en registrar las líneas afiladas de su contorno, en descansar sobre sus valles, en contemplar, en fin, silencioso y admirado, desde su altura, todo el territorio que se desplegaba aromático e intenso para él.

Acercamiento

(José Antonio G. Villarrubia)


(...y a veces no entiendes, y lo manifiestas, y a veces no te llega la claridad que exiges, y bramas, y a veces lo interpretas con confusión, a riesgo de equivocarte, y saltas enérgica y contenida, y a veces dudas, y sientes que empieza a llover barro sobre tu superficie paciente y expectante, y tal vez no sabes que él no está mejor que tú, que le llega tu rabia con toda su fuerza catártica y se desespera porque no sabe curártela al momento, que ruge en esa hora en que te ve quebrar, que arde en ese instante en que siente tu flaqueza, que se consume bajo su sotobosque mientras escucha el goteo de tu sollozo enervado, que se queda huérfano de palabras porque las sacrifica para que no suenen huecas, que se silencia no para huir sino para respetarte, que se encoge no para negarte sino para que tú ocupes todo el espacio, y toda esa carga de energía que nace de los dos, que se entrecruza entre ambos, que os empapa y os sumerge y os sacude y os parte, toda esa fuerza os recompone también, dejaros aliviar, pues, dejaros comprender, pues, dejaros precipitar entre vosotros, pues, ya que cuando os escucháis a vosotros mismos, cada uno por su cuenta, en lo más hondo, estáis tendiéndoos las manos que es como extender vuestra necesidad que es como sujetar vuestra comprensión mutua que es como ratificar vuestra perpleja búsqueda, la que os sonríe todavía...)

Cercanía

(Lucien Clergue)


Fue ya entrada la noche cuando ella se extendió sobre sí misma. Como si fuera dos cuerpos, como si absorbiera dos deseos. Se hizo el silencio en la casa. Y cuanto más profundo era éste, más se concentraba la mujer en sus latidos. El tiempo era de ella. El espacio no tenía medida. La atmósfera se nutría de su vaho. Como si se tratara de una iniciación. Buscó una disposición cómoda para su cuerpo. Lo mantuvo apoyado sobre las sábanas. Redujo la tensión al área de sus ingles. No sólo se trataba de un funcionamiento reflejo. Aquella mano se transformó en cómplice. La deslizó con toda su conciencia entre los muslos. Conocía demasiado bien el terreno. Pero siempre la exploración resultaba nueva. El vacío dispersaba los tenues vagidos de la mujer. Su memoria catapultó imágenes. Entre todas ellas eligió una cargada de significado. Las imágenes tenían rostros. Pero ella eligió un rostro, preñada de amor. No importaba que fuera una cara ausente. Daba igual que aún no la hubiera asido entre sus manos ni hubiera besado su boca. Su capacidad de fantasía desplegó los elementos que le abrían al placer. Recordaba el tono de una voz sincera. Se excitaba con las propuestas que eran desafíos. Atrapaba los gemidos del hombre entregado. Se rasgaba con los gritos sin piedad que el ausente lanzaba al borde de la plenitud de su cenit. La mano de la mujer estaba sumamente cálida, como si percibiera otra mano cercana. Acaso la mano del hombre. La sentía ágil, clamorosa, incisiva. La mujer fue vocalizando onomatopeyas. Cada vez más frecuentemente. Elevando su tono. Asfixiándose en un crescendo cuya letra se dibujaba en su mente, cada vez más deprisa. Cuya música consistía en sensaciones que le iban desbordando. Cuyo aplauso lo emitían sus propios gestos solitarios. Al pulsar el último instante, el que no se puede ya evitar, la mujer se dejó llevar por un desasosiego que la arrojaba de sí. Soltó un chillido agudo. Y un nombre salió de su garganta. Luego fue de nuevo el silencio más total. Él estaba allí.

Oportuna

(Mona Kuhn)


(...y en esa hendidura que abres en el fondo de mi ojo me ocupas, eclipsas la última luz cuando la noche nos derriba, levantas la sábana de mis párpados cuando te extiendes al amanecer, me cubres en los instantes en que la pasión nos vincula, te sumas a mis silencios forzosos hasta probar de mi temple callado, te cuelas discreta y mimosa entre el ruido de la calle durante mis quehaceres, atraviesas mi concentración cuando leo mostrándote entre líneas, haces de ti misma pensamiento dentro de mi pensamiento, y siento cómo me arropa tu silencio cuando me dejas hablar, porque tú llegaste para detener mi caída, por estar ahí, en el lugar y tiempo justos para poder salvarme...)

Simplemente

(Duane Reed)


Hoy simplemente quiero que me des calor. Con una aproximación me basta. Aunque quiero más. Pero sentir que me rodeas me mantiene. Escuchar cómo tus palabras trazan un círculo de fuego contenido de punta a punta de mi cuerpo me sujeta. No grites, por favor. No eleves el tono ni mandes ni impongas ni sometas. Quiero escuchar tu rumor. Porque es tu estado natural. Luego, de pronto, suele suceder que al pairo de los elementos te agitas. Sueles acontecer como los arroyos, que se convierten en cauces más abiertos y transcurren por accidentes escabrosos donde se desorbitan. Y son, como tú, otra cosa. Y siguen siendo lo mismo. Y sigues permaneciendo el mismo. Entonces yo te entiendo. Entiendo tu fuerza, tu expansión. Entiendo que avances impetuoso y brusco sobre mi. Me gusta, incluso te lo exijo. Pero hoy sólo quiero oírte como una rambla lenta y no obstante fluida. Callo y te quiero silencioso. Tu respiración vaporosa, la lentitud de tus movimientos, el acercamiento prudente a mis sentidos. Cortéjame con palabras amables donde yo me sienta próxima a una naturaleza reposada. Donde yo me palpe naturaleza construida. Sé de las furias que bajo nuestros suelos respectivos nos conmueven. Sé cómo tratan de domeñarnos. Pero para eso estamos ambos aquí, juntos. Para hacer frente común y resistir. Pasa tus dedos afinados sobre mi piel. Detén la palma de tu mano en mi pecho. Quiero sentir ese poder que erradique mi debilidad. Quiero que conjures cualquier quiebra en mi. Con que estés así, quieto, receptivo, atento a mis silencios es suficiente por esta noche. Saber que estás dentro y fuera de mi, siendo tú, siendo yo.

Frontal



(Rásgame con la mirada, y deslízate a lo largo de mi retina, hasta ese territorio donde la memoria preserva sus tesoros, donde vive el hoy como lluvia generosa, clavándote en el acero donde tu imán se fija hasta hacer de ti la mujer nueva...)

Sáciame



Dices que soy insaciable. Sí. La sed me apremia desde el principio de la sequía. Y el camino me ha deparado este encuentro inaudito. No sé ya renunciar a él. Bebo en tu manantial cada día. En cada sorbo me satisfago. Pero el agua que brota de la fuente tiene unas propiedades a las que no puedo rehusar. Soy insaciable. Ya no es por la sed en sí. Es por la recuperación de lo que creía perdido para siempre. Siento contigo de nuevo el alma húmeda de mi carne. Siento la conexión con las raíces que han alimentado secretamente a mi soledad. Siento que me sacas de mi mismo, que me separas de la parálisis, que me entroncas con las voces que se habían desvanecido, que reconstruyes al hombre que se había dispersado. Me rescatas del espacio volátil donde me desquiciaba. Cómo no quieres que me muestre insaciable contigo. Mi memoria se abre a ti. Me veo nuevamente genuflexo ante el hontanar de los tiempos de niño. Cuando nos agachábamos a sorber la fina y modesta corriente que manaba de la roca. Sigue esta otra mi sed. La sed que está siendo toda la sed del hombre en su apogeo. Sáciame, aunque tengas que desgarrarme el pecho como haces con la sábana que ultrajas cuando te amo.

Despliegue

(Duane Reed)


Hay atardeceres en que me olvido de todo. Aunque estés de viaje, aunque aún no hayas llegado a casa. Mientras te espero, hago una ceremonia de mi extensión. En mi extensión está acurrucado el deseo, presto a manifestarse. Y me abro, me desprendo de los espacios obsoletos, o los modifico, y me dejo caer en el vacío. Un simple aire, la calidez acumulada en el cuarto, un ruido sorpresivo, un estremecimiento inesperado...Cualquier factor ambiental actúa sobre mis sentidos. No pienso en nadie. Ni siquiera en ti. O pienso en ti, reconduciéndome. Siento entonces que el calor me presiona los brazos, o que el frescor urgente me acaricia entre los muslos, o que el ruido imprevisto es una voz firme que se me impone, o que un insecto que roza mis pómulos me hace abrir los labios, o que el goteo de un grifo obra como un jadeo en mis oídos...Y en ese ensanchamiento donde tengo de todo y carezco de nadie, la agitación prende de abajo arriba. Y me desazono, y los espectros de la inmediata llegada de la noche se ciernen sobre mi. Mi sombra se proyecta por todos los ángulos de la estancia, y allá por donde miro soy yo pero soy otra. Y veo en mi a todas las mujeres que he deseado ser. Y un leve frenazo de coche en la calle me hace pensar en ti. Estoy a punto, aquí, seas o no seas tú, estoy dispuesta para que el paraje de mi cuerpo quede a tu merced. El campo de batalla está preparado para que ejercites tu arte, amor. Sin vencedores ni vencidos.

Manu militari

(David Bergman)

Haces de tu extensión un reino. Y en él te creces. Y con él te me ofreces en conquista. Al dejarte derribar me llamas en la urgencia de tenerme. Expandes tu pecho y es como si resonaran las trompetas de una caída que no será tal, porque yo te alzaré. Convertiré a mis manos en una avanzadilla que alivie el hundimiento. Después aproximaré mis tropas. Avanzarán mis brazos y mi boca y mi torso dispuesto a ocupar el tuyo. Trabaré el limes de tu geografía con mis piernas. Utilizaré la forja de mi carne para extraer la sustancia que tu fuego subterráneo me brinda. No habrá estrategia que no haya convenido contigo previamente. La táctica será otra cosa. No puedo revelar el orden de despliegue, porque en el factor sorpresa estará el triunfo de mi enseña. Entraré en el combate no para hacerte prisionera, porque sé que ése es también mi riesgo. Aunque trate de rendirte, podremos pactar las condiciones. No cabe esperar destrucción alguna, porque esa suerte también se cierne sobre mi. Y si cabe una muerte, que sea mutua. Una muerte llevadera, donde el instante sea un vuelo. Y el desgarro agónico exude dulzura.

Derivaciones

(Lylia Cornelli)


El sueño me transporta a los sueños. El cansancio me remite al esfuerzo. La satisfacción surge de la búsqueda. El placer es encuentro. Al hallarnos, somos. Y al ser, con todas sus limitaciones, le dotamos de identidad, la cual queda definida por los elementos. Nosotros somos también los elementos. Los elementos nos embaten, mas también nos asisten. Flotamos en ellos y nos arrojan en brazos al uno del otro. Y en el abrazo nos sentimos. Y al sentirnos, un círculo de fuego protector nos rodea. Es el deseo. Y el deseo nos conecta. Y la conexión nos sumerge. Y la inmersión nos expulsa. Y sabiamente nos deriva a cada costa mutua. Llega entonces un momento en que, al inspirar profundamente, nos sentimos. Tal vez somos, de alguna manera, la otra vida. La que prospectamos pausadamente. La que nos mantiene a flote en el océano, encarando la travesía.

Compartir

(Anke Merzbach)


Te oigo aunque no te des cuenta. Te escucho aunque tus palabras no me observen. Te siento aunque los sonidos se deslicen por todos mis perfiles. Puedes seguir hablando. Tu voz no se pierde. Mi sueño es un sueño abierto a cada una de tus inquietudes. Te entiendo y no dudes de mi voluntad. Intuyo que si echaras un pulso a la lógica te traicionarías a ti mismo. Acepto que me hables a mi, a la que voy siendo, a la que deseo ser. Y además te recibo. Te recibo y te solicito. Las horas son espléndidamente llevaderas cuando tú te muestras. Y se ven consoladas cuando capto tus redes vinculantes, no obstante los tiempos de silencio que nos rodeen. A ti te debe suceder otro tanto, no es necesario que me lo confirmes. Se te nota. Ese misterio que yo encarno lo llevas tú también dentro de ti. Es, por lo tanto, un intercambio de palabras a un misterio compartido. Porque no es tanto la experiencia acumulada anecdóticamente lo que nos arroja a uno en el otro. Ni se trata de esa parte de aprendizaje madurado que nos hace creer que sabemos algo de la vida. Ni es un vacío existencial el que nos reclama. Es lo que no hemos sido, en lo más profundo de nuestra identidad en pugna, lo que nos vuelca. Es lo que aún queremos ser.

Exorcizar

(Duane Read)


A veces permanezco acurrucado junto a ti y te hablo. Tú no te enteras. El cansancio te puede y te arrastras al sueño con tu mano sujeta a la mía. Pero algo te llega por ocultos caminos. Hablo a tu piel y la piel se te eriza. Hablo a tu nuca y una leve erupción la delata. Hablo a tus senos y los pezones se erigen encrespados. Hablo a tus cabellos y se convierten en púas al instante. Hablo a tus muslos y éstos sienten una ligera convulsión. Hablo a la pelvis y el monte se te distiende encajando mi voz. Hablo a tu boca y tus labios articulan lenta y desordenadamente algunas sílabas de mis palabras. Entonces hablo quedo. Y te pregunto sobre el misterio que te ha rodeado hasta llegar aquí. Hasta acceder a mi. Entonces te hablo del enigma que me ha mantenido lejano de ti durante tanto tiempo. Pero sólo sé enunciar sorpresas. Sólo sé emitir quejidos y enarbolar lamentos. Es como preguntar al transcurso de la vida por lo que no ha sido. Siento una rabieta de niño, pero el acontecer que nos proporciona el encuentro ahora no sabe del pasado de ambos. La lógica responde con facilidad y coherencia. Pero yo no hago preguntas a la lógica, sino al misterio. Por eso hablo a tu cuerpo cuando duermes. Y me procuro su calor para exorcizar la soledad.

Marea

(Duane Reed)


Desde ti amo la noche
en sí misma


(y después de escribir estos dos versos ya no supe qué más decir pues estaba todo dicho y todo era entendible entre nosotros dos y éramos un manto de estrellas el uno para el otro y era la marea nocturna la que nos alimentaba y era la entrega la que nos rehacía y era nuestra mutua necesidad la que nos daba cobijo...)

Contracciones

(Connie Imboden)

Al deslizarte junto a mi. Al apretarme a tu torso. Al tomar mi boca. Al dejarme capturar por tu ansia. Al sujetarme los hombros. Al apretar tu cintura. Al rodearme con tus brazos. Al dejar caer los míos en el vacío. Al atenazar mi cuello. Al mordisquear el tuyo. Al hundirte en mi pecho. Al zambullirme entre tus cabellos. Al arañar mi abdomen. Al rasgar tu pelvis. Al clavarte en mi cruz. Al sujetarte sobre el borde. Al agitar tu sangre. Al sumergirme en tus entrañas. Al herirte en mi cuchillo. Al desollarme en tu filo. Al abrirte al cielo. Al atravesarte contra la tierra. Al catar mi nervio. Al derribar tu puerta. Al absorber mi sustancia. Al desalojarme en tu potencia. Al gemir entrecortado. Al gritar desenfrenado. Al caer a mi lado. Al extenderme entre tu costado. Al pensar en mi. Al renovarme en ti.

Rendición

(David Bergman)


Me gusta alzarme cuando estás dormido. Observar tus facciones. La marca que tu entrega te ha dejado en el rostro. El gesto extenso de tu cuerpo en escorzo. Ese abandono que no lo es, porque estás repleto de mi. Ese desorden que nos cubre todavía, porque al despojarte de tu tiempo perdido sin mi me vestías con tu ternura. Esa parada ligera, donde el silencio mora, donde los sentidos se recuperan. Esa turbulencia callada que, en cualquier momento, ante un suspiro de mi garganta, lo sé, va a ponerse en movimiento para edificarnos de nuevo. O para demolernos otra vez. Deconstruirnos del pasado, elevarnos dejándonos conducir por el magnetismo que nos reclama. Doble tarea, vinculante, necesaria, que nos hace fuertes. Mientras el sueño te toma, como antes te tomé yo, te miro largamente. Miro los hombros que se estiran. Miro tu torso sudoroso. Miro tus piernas recogidas. Miro la mano que forma un puño como si me sujetara. Y la mano que se abre como bandera de la caricia, dispuesta a desplegarse de nuevo sobre mi piel ansiosa. Miro tu sexo laso, aún endurecido en parte, como si el hilo de su sangre acumulada me oliera y se mantuviera en vigilancia. Miro el brillo de tus labios, babeando mi saliva, escanciando mis esencias. No puedo evitar contemplar tu cuerpo que aún siento entre el mío. Un suave ejercicio de mi boca en la puerta de tus entrañas y te catapultarás como el primer instante. Y yo me dejaré derribar. Porque mi fortaleza es tuya.

Uno de sus sueños




En el sueño te has sentado junto a mi en el tren. Subías en una estación pequeña del trayecto, una estación con luces muy tenues y despoblada. No hablabas apenas. Tampoco te movías, sino para cruzar las piernas. En algún momento te llamó la atención el paso de los postes de telegrafía y me hiciste una indicación. Parecías un niño, aturdido por las direcciones opuestas que se cruzaban sin chocar. Me tentaba explicarte el significado de los objetos que parecían no detenerse. Incluso el interior del vagón no era estable y nuestros cuerpos se golpeaban y se separaban a capricho del ajetreo. Entonces decidí enseñarte los porqués de las cosas. Nos pusimos a contemplar cuanto se manifestaba al otro lado de la ventanilla. Era un tren como los de antes, y se zarandeaba con mucho estrépito. Nos golpeábamos sin mayores consecuencias contra el cristal. Tú me señalabas las ciudades lejanas y yo te hablaba de ellas como si las hubiera recorrido todas. Tú te excitabas cuando veíamos una manada de toros y yo te contaba del origen del toro. Tú advertías la blancura de los neveros de los montes y yo te hacía sentir su frío quemante. Iba cayendo la tarde. El paisaje empezaba a mostrarse desconocido. Se abrían llanuras inmensas pero de pronto atravesábamos un valle angosto y a continuación un desierto abrasador. Nos sorprendimos. Cuando tú me preguntastes por esta peculiaridad yo no supe responderte. Todo resultaba también vertiginoso y nuevo para mi. La noche se mostró de pronto en plenitud y el paisaje sólo éramos nosotros. Recuerdo que te puse una mano sobre el hombro. Que ambos nos mirábamos en nuestro reflejo. Luego tú pusiste también una mano sobre la mía. No sé qué buscabas, pero sentí un calor intenso. Era un fotograma, como ésos que tanto tú como yo hemos odiado toda la vida. Aquel tacto mutuo tenía valor. Porque era real. Porque nacía del sueño.

Descorrimiento

(Christian Coigny)


Te vence el cansancio, pero le esperas. Las horas no son obstáculo. La caída de la noche te aproxima a él porque es cuando estás también más cercana a ti misma. Os necesitáis como testigos mutuos. Alargáis el pensamiento en la dirección recíproca. El magnetismo os fija, y no sabéis qué eje pertenece a cada cual. Formáis no sólo la misma carne, sino el mismo impulso. Te dejas caer. No importa la postura. Sobra la ropa, sobra la luz, sobra el ruido. No echas de menos ni a la gente ni al tráfago de la gran ciudad. Sólo le reclamas a él. Te resguardas en la soledad del espacio. Te apartas del vacío de los significantes. Deseas sus palabras. Anhelas su pronunciación. Ansías sus quejidos. Sabes muy bien que es como tú. Le gusta desproveerse de lo inútil. Se interesa por la percepción viva de la mujer. Sientes sus pasos. Un tacto que descorre la sábana. Un movimiento que licua tu ansiedad. Él se acerca.

Compenetración

(Kirill Kirillov)


Debes saber de mi propia voz que ternura y obscenidad van juntas en mi. Que no ejercito la expresión, desenfrenada a veces, de mi deseo sin que medie amor. Que no pronuncio palabras contundentes sin que las vincule a mis sentimientos. Que no propongo fantasías sin que sienta la entrega de mi ser y sin que perciba la recepción del tuyo. No es un paso de cebra lo mío, ni una visita venal a una casa, ni un asalto pasajero en cualquier parte. Doto a mi verbo íntimo y sincero de la palabra accesoria que profundice el encuentro, que lo hienda, que lo prolongue. La palabra es para mi un elemento físico crucial. Como tocarte, como deslizarme por tu cuerpo, como absorber tu boca. Y las palabras se alternan. La quitaesencia de mi está en cada gesto, en cada movimiento, en cada sonido, en cada silencio. Me despojo y a la vez me apodero de lo vulgar para dotarlo de mi calor. Tras la representación libidinosa que nos eleva hasta las cotas más altas del placer, permanecen los que se aman.

Al escondite

(Francesca Woodman)


Cuenta hasta diez. O cuenta hasta el infinito. O sólo hasta que te canses. Cuenta mientras me escondo. Al borde de la puerta desde donde me asomo y te miro. Cuenta como si sintieras que mi mirada te acariciase desde los pies hasta el codo que se eleva por encima de tu cabeza. Luego, cuando acabes de contar, tienes que partir a buscarme. Debes escudriñar rincones y muebles, tal vez pasar de una habitación a otra, o subir y bajar escaleras, o acaso encender con temor la luz tibia del trastero, o entrar prudente y asustadiza en el garaje. Cuenta bien y lentamente porque voy a elegir un espacio secreto para ocultarme. No será fácil que des conmigo. Al menos no lo harás pronto. No me verás, pero sentirás mi proximidad. Incluso te dará la impresión de que te rozo. Te costará tanto dar conmigo que me pedirás señales. Es probable que sientas que la falda se te sube. Que un cíngulo de cuero rodea tu cintura. Que tus muslos te abrasan. Que tu blusa se ensancha. Que los tirantes se caen de manera anodina. Que los cabellos se te recogen sin que tú hayas hecho nada. Serán percepciones que te electrizarán. Pensarás que son imaginaciones tuyas. Muy propio de la agitación de la búsqueda. De los movimientos de agacharte o de ponerte de puntillas o de correr por los pasillos. Puede que llegue un momento en que sólo sientas tu piel desnuda. Y un calor invadiendo tu cuerpo. Y un tacto delicado que presiona poco a poco, pero tenazmente, tu carne. Y una humedad saltarina entre tu cuello y tus hombros. Cuenta y vocaliza bien el uno, el dos, el tres, el cuatro...Podemos pasarnos todo el día hasta que me descubras. Podrás pasarte todo el día tratando de descubrirme. Nunca te lo había dicho antes, pero es mi escondite seguro. Si das con él, no saldrás y querrás quedarte allí dentro conmigo para siempre.

Éxtasis

(Aneta Bartos)

Me pierdo. Pero me encuentro. Me voy. Pero me quedo. Me aíslo. Pero me vinculo. Me esclavizo. Pero me libero. Me fugo. Pero permanezco. Me duele. Pero me alegro. Me deshago. Pero me recompongo. Me retuerzo. Pero me enderezo. Me abandono. Pero me recupero. Me demuelo. Pero me reconstituyo. Me aborrezco. Pero me quiero. Me ahogo. Pero respiro. Me angustio. Pero me supero. Me secuestro. Pero me rescato. Me aflijo. Pero me estimulo. Me olvido. Pero recuerdo. Me sumerjo. Pero salgo a flote. Me sangro. Pero me cauterizo. Me incendio. Pero me apago. Me quiebro. Pero me vertebro. Me hurto. Pero repongo. Me culpo. Pero me perdono. Me entrego. Pero recibo. Me diluyo. Pero renazco. Me disperso. Pero converjo. Me descoloco. Pero me ordeno. Me deprimo. Pero me elevo. Me privo. Pero me lleno. Me enervo. Pero me calmo. Me despellejo. Pero me regenero. Me muero. Pero resucito. Me condeno. Pero me salvo.

Sigilosa


Aunque entras con cuidado, noto tus pasos. No los oigo, no haces ruido. Es una conocida calidez que invade la estancia. Procuras que los goznes de la puerta no rechinen. Que la luz exterior no llegue. Tu entrada es rápida. Quieres que sea una sorpresa. No sabes si estoy dormido. No lo estoy, pero tú no lo sabes. Aunque puede que la lasitud me venza, y no tenga que hacer demasiado esfuerzo en simular. Llegas hasta mi cama. La noche es menos calurosa que otros días. Tengo echada la sábana sobre mi cuerpo. Te has parado al borde. Dudas entre sentarte o introducirte dentro. Te sientas y me contemplas. Contemplas un cuerpo envuelto en un sudario que se impregna de sudor. Tocas la sábana. Palpas una de mis rodillas. Justo la que tengo elevada. La mueves para ver si me muevo. No reacciono. Separas uno de mis brazos. Lo extiendes. Luego el otro. Mis miembros se comportan como si fueran maleables. Lo son porque tú sabes manipularnos. Más: los moldeas. Descubres con parsimonia la pieza y me escudriñas el pecho. Rozas con los dedos el vello. Tiras suavemente de alguno de sus pelos. Dejas caer la cabeza y pones tu boca sobre el tallo mechoso que forma una cruz en el esternón. Lo mordisqueas. Todo es tan imperceptible y manso que me invita a abandonarme más. Descubres del todo la sábana, pero a continuación te cubres con ella. Nos cubre a los dos. Permaneces quieta junto a mi. Es en ese momento cuando comprendo el juego.

Mesadura


(David Bergman)


Cuando te recoges el pelo, él se pone de pie. Un impulso le va a llevar a incorporar sus manos a las tuyas. Entonces le dejarás. Darás paso a que su cuerpo se anexe a tu cuerpo. Él también se ha desnudado. Le atraes más que la noche. En ese juego de sombras, él te prefiere. Revolotea con sus dedos sobre tus cabellos. Corrige su dirección. Los alborota como un juego. Los escarba. Traza surcos que arañan sus raíces y a ti eso te pone la carne de gallina. Luego sumergirá su nariz y su boca tratando de husmear el barro del que estás formada. Inspirará hasta alterar su olfato. Lo lamerá hasta dejarse tomar por su amargor. Sentirás cómo sus dentelladas tiran de las hebras que ocultan tu cuello. Nada de lo que portas, sea cual sea el lugar de tu cuerpo, lo percibe él alejado de sus sentidos. Más bien los abre, los desvela. En cada exploración hay un inicio. En cada experimentación, él se afianza en ti.

Ofertorio

(Francesca Woodman)


Cuando me ofreces unas letras, me aportas alimento. No importa cómo las hayas aderezado. Cualquiera de tus letras me nutren. Pero sobre todo sus significados cómplices. Es como si me dijeras: tómalas, que yo participo de ti. Serán tus escrituras, pero serán sobre todo tus manos. Sin tus manos, ¿cómo podría yo entender el vigor de lo que me dices? Tus manos se abren, invitan, se posan, resguardan, vivifican. Cada movimiento está generando una sintaxis. Yo, como texto, me construyo en función del ejercicio de tus manos. Me asombro, acepto, me dejo palpar, me entrego, me arrojo. Entono el ofertorio con una sacralidad latente que sólo tú y yo reconocemos. Nuestras palabras las engendramos en cada adopción de nosotros. Léeme con tu garganta con la misma firmeza con que me escribes con tus dedos. Revélame con tu mirada la misma cadencia con que contemplas el mar. Estreméceme mientras te instalas en todas las estancias vacías de mi que no he sabido ocupar antes, cuando tú no estabas.

Vaporosidad

(Jean Valette)


Casi te veo al otro lado del cristal y al poner mis manos sobre él es que busco las tuyas, y tras ellas te busco a ti, aun sin llegar a asirte del todo, busco todo tu cuerpo, aun sin percibirlo lo suficiente, busco tu boca que ríe y que se torna retráctil, busco tu rostro apesadumbrado unas veces, risueño otras, pero sobre todo registro la fuerza de tu mirada, sin tu mirada no podría seguir tanteando esta ruta vaporosa, pero sobre todo busco el vigor de tu aliento, sin el que la materia que nos rodea no podría moldearse en función de nuestras ilusiones, pero sobre todo busco tu sentido, ese aguijón tenaz que esgrimes para desbrozar las dificultades, pero sobre todo busco tu imaginación, la busco para atravesar los espejismos, pero sobre todo busco el crisol de tu asombrosa gana de vida, para retener el calor que la materia diáfana pero fría no puede proporcionarme, y al mirar, tratando de sortear el vaho que se empeña en deshacer lo real, o en agrandar lo soñado, se produce un vaivén en que los cuerpos se acercan y se hablan y se expanden, porque es precisamente esa neblina la que me aproxima más, la que hace que ponga lo más vital, el deseo, y sé que al otro lado tú cada noche te sientes reclamado por mi desnudez, que sabes muy bien que no es mi vacío, mi desnudez que yo capto enseguida que la percibes como perturbación y que acoges como ternura

Absorción

(Connie Imboden)



Sí, es verdad, temblé. Temblé como nunca había temblado. Fui más allá del impulso habitual que siento cuanto entras en mi. Era como progresar en el lenguaje de los sentidos. Pero no eran sólo los sentidos quienes tomaban la iniciativa. Había una identificación en el deseo. Había un percepción de ti que me impregnaba de manera tal que me desbordaba. Me maravillé por ello. Mis sentidos no sabían responder, al modo ordinario, a algo que llegaba con mayor intensidad y hondura. Un clamor, acaso, parido por el silencio. Entonces, me dejé perder. Quería sentirme rendido a ti. Quería hallarme en otra alma. Fue una sensación de fusión. Mejor, un sentimiento de vínculo que no disgregaba mi materia. Sino que crecía y se hacía más sólida. Era como si no respirase. Como si las palabras se disolvieran en los gemidos retenidos. Como si hiciera de mi postración un extenso jadeo, que retornaba al silencio. Me reconocí nuevo. No importaba el esfuerzo. Me reconocí en ti. Tu presencia era evidente, no obstante estuvieras callada y expectante. Sí, temblé, toqué algo más allá de lo habitual. Algo que daba un paso nuevo. El valor de haberlo sentido tenía tu vigor. Tenía tu rostro. Tenía tu nombre.

Contacto

(Ralph Gibson)

Tus manos parecen más pequeñas que las mías, pero no lo son. Tus dedos parecen más tímidos que los míos, y acaso lo son. Es la hora en que la tarde de estío avanzado deja caer los cuerpos. Una siesta sin siesta. Los pensamientos se fugan hacia donde tú estás. Merodean sobre la órbita de tu cuerpo. Entran a través de una retina que se abstrae. O que se deja caer hasta donde yo estoy. Al entreabrir mis dedos siento toda tu longitud. Tal es la calidad que tus dedos manifiestan en su aparente apocamiento. Tocas lo inguinal de mis dedos y te apoyas. Estás esperando que tire de ti. Lo hago. Tras tu mano vendrá tu boca, vendrá tu silencio, vendrá el olvido de ti misma. Si eso deseas, te conduciré.

Buceo


Sé cuánto te gusta que mis cabellos se alboroten. Unas veces eres tú, otras yo. Aun siendo el resultado semejante, me gusta que seas tú quien los encizañe. Primero porque me rindo a tus movimientos táctiles. Mi cabello es tuyo, me digo. Luego, porque cada paso de tu mano plana, cada movimiento ondular de tu palma, cada rastreo de tus dedos, me enajenan y no sé dónde empieza mi cabello y dónde navega el resto de mi cuerpo. En el abandono, supongo. Sé cuánto te gusta arrimar tu nariz y tus labios y tus dientes a mi pelo. Siento que tú también te enredas en un surtido de olores y texturas y oscilaciones que no percibes habitualmente. Hundes tu cabeza y apoyas la barbilla sobre mi cabeza. Y cuando recoges con las dos manos una mata enorme de mi pelo, como si fueras a lavarte con el agua de una fuente, se produce en todo mi eje un estremecimiento singular. No me ves, no te veo. Pero mis cabellos han salido de mi y vuelan entre tus dedos. El otro día me dijiste que querías sentirlos también entre tu sexo. Que deseabas horadarlos. Me agitaste, aunque callara. Desde ese instante, no es para mi una mera curiosidad. Ardo porque te sumerjas hasta las profundidades de mis cabellos con toda tu hondura natural. Y que bucees entre ellos con todo el estímulo de tus instintos.

Sáciame

(Vadim Piscaryov)


Sáciame. Imperativo o súplica, qué más da. Sáciame desde la cascada curva de tus ojos. Si su brillo se desborda sobre los míos, nuestros cuerpos rozarán un manantial que siempre hemos deseado encontrar. Abramos de par en par nuestras bocas. Rodeemos nuestros contornos y que crezcan y se expandan. Toquemos cada punto de nuestra piel, haciendo aflorar sonidos. En nuestros dedos hay prolongaciones no reveladas. Luego, tú te pondrás sobre mi barro. Yo me colocaré sobre tu savia. Sin prisa, sin ansiedad. Bebamos de lo que cada uno tenía y no tenía del otro, y no lo sabíamos. El asombro estaba muy hondo. Cada sentido de nuestro cuerpo evoca algo diferente. Cada zona sugiere un hallazgo pendiente. Hallémonos, pues, en esa entrega. Seremos los amantes de las fases de la luna. Esquivaremos al sol para arremeternos a espaldas suya. Concebiremos las pruebas del placer a través de las cuatro estaciones. Sáciate en mi. Ya no aborrecerás el tiempo perdido.

Cabellos rebeldes

(Ralph Gibson)


Te persiguen los últimos cabellos. Son indóciles y fieles en su rebeldía. La navegación rápida sobre aguas procelosas los fijan sobre tus labios. Se disputan sus pliegues agrietados. Te entretienes tratando de capturarlos, pero son como lo etéreo. Inaprensibles. Situados a mitad de camino entre algo de ti y el aire. Pero también tú eres el aire. Yo lo siento cada día. Me envuelves, me espabilas, me motivas. Cuando soplas hacia mi dirección, me agitas. Cuando desencadenas una ventolera, me arrebatas. Cuando tu viento se apacigua, me invade una seguridad desconocida en mi. ¿Es tu boca un acantilado o la entrada a la gruta de los misterios? Tus últimos, extremos cabellos, seguirán ahí. Yo los apartaré en mi celo o los lameré con fruición para que también sean los míos.

Piedras

(Manuel Boix)


¿Qué sentías al coger entre tus dedos las piedras de colores? ¿Resbalaban, se pegaban a tus yemas, ardían? ¿Y al frotar las arcillas? ¿Eran huellas de la masa antigua que aún sigue deshaciéndose y cayendo por las laderas? ¿Se trataba de testigos infinitos que las olas van depositando desde la matriz marina sobre la playa? ¿Qué tacto se abría en tus dedos? ¿Qué sensaciones te transmitían ese palpar diferente que renovaba la textura de tus manos? ¿Había suavidad, aspereza, maleabilidad? ¿Te untaste con sus sustancias densas? ¿Coloreaste tus pechos con sus señales de otros mundos? ¿Frotaste tu piel con barros que te dotaban de una costra que te llenaba de calma? ¿Probaste en tu boca su liviana terrosidad? ¿De qué estaban teñidos los guijarros? ¿Te has preguntado sobre su procedencia antes de formar el lecho del piélago? ¿Cuántas mezclas, cuántas aleaciones, cuántos choques entre sustancias y materias han tenido que producirse hasta formar esos brillos que exhiben las rayas misteriosas de la palma de tu mano? ¿Has besado alguna piedra minúscula pronunciando mi nombre? ¿Has lamido la superficie de un guijarro que irisaba destellos que jamás habías visto? ¿Has escrito sobre la arena un deseo? Te quiero así, como la orilla que comparte la misma materia en sus diversas formas.

Extraviada

(Ralph Gibson)


No eres la única que mira perdida. Yo también miro de esa manera, cuando no cierro los ojos para verte mejor. La oscuridad nos abre y nos acerca. Desde el camastro donde me dejo caer te pronuncio. Algo me golpea el pecho, me rasga el abdomen. Sujeto las sábanas con ira. Cae sobre mi, se me ocurre gritarte. Esa energía traspasa inadvertidamente las paredes. Entonces te veo con claridad. Estás agotada. El recorrido del día ha merecido la pena. Has disfrutado de la luz y de las ciudades invisibles. Tu cuerpo reclama ahora reposo. No hay desazón en ti. Una calma extensa acaricia el perímetro de cuanto abarcas. Entreabres los labios e iluminas la mirada para recibirme antes del último arrebato. Para decirme que descienda a tu apacibilidad. Lo hago. Silencioso y prudente me aproximo. Quédate así. Permanece hasta que el sueño te rinda. Quiero ser tu sueño. Ahora soy tu vigilia.

El aura

(Mazasumi Fukuchi)


No son granos de arena, ni gotas de rocío, ni esporas de las plantas ignotas del desierto, ni el burbujeo de las olas. Es el aura. El aura que tu deseo expande tras las últimas palabras del hombre. La huella apenas perceptible sino en una noche de luna llena. Al trasluz de tu piel. Al eco de los jadeos del mar contra el acantilado. Diminutas esquirlas de gritos partidos desde un pecho que tenías cercano. Es el halo que emerge de ti, reparando el vacío. Reteniendo respiraciones, gemidos, silencios cómplices que hablan de la materia que no cesa. Déjalo fluir. Es el regalo del azar. Es la exigencia de la necesidad. Milagro de la noche, apenas se siente ni se palpa ni se ve. Te abres y lo recibes y de nuevo sale de ti. Nada es lo mismo. Un ciclo huido del tiempo. Uno de los últimos misterios de la mujer que es toda tierra.

Espuma

(Ralph Gibson)


En algún lugar ves el mar. En alguna orilla oteas la calma. En algún acantilado tu pensamiento se agita al ritmo del oleaje. Te ofreces a la luz que configura tu cuerpo con la irisación cambiante que las nubes alternas provocan. A veces te dejas caer sobre la arena, bocabajo. La brisa se desliza invisible rodeando tu piel. La atraviesa diagonalmente. Remueve tus cabellos, arrastra arena hacia tus labios, acaricia tus pies, sube por tus rodillas, frota tus muslos, pellizca tus pezones. Un estremecimiento. Desde un espacio protegido de lo más íntimo de ti rescatas una imagen. Entonces me miras, cierras los ojos pero me miras. Yo siento, no obstante la distancia, que me estás mirando, y que esa mirada me reclama, y que esa invocación reparte mi nombre por tu cuerpo. Entonces las letras que llegan con el aire no son sólo dibujos. Son manos, son resuello, son labios, son ingles. También son voces. Voces quedas cuyas palabras dispersas y múltiples adquieren formas incandescentes. Hablan de otra manera. Hablan y tocan. Hablan y se adhieren a la superficie de tu cuerpo. Buscan las rendijas, las entradas a tu ser, los espacios recónditos. Se van quedando poco a poco dentro de ti. Como si se rompiera y se reconstruyese a cada instante, ese fragor se confunde con las olas y con el viento. Y con tu deseo. Su espuma es bravía. Tú la escuchas. Tú me reconoces en ella. Los sonidos entrecortados de las noches resuenan en tus oídos. En algún lugar te rodea la tempestad donde te creces.

Convite

(Anke Merzbach)


¿Entras o sales? Si te quedas, el calor que supura mi cuerpo será tuyo. Si te vas, no encontrarás jamás la fogosidad que traías porque habrá quedado en mi. No tienes opción. Sólo ganas si confías en la amalgama de la noche. Hay un brindis con que la oscuridad nos convida. Pero la libación es cosa nuestra. Entra, amor mío, a través de mi desnudez. Ella se abre para que tú la ocupes. Ella se ofrece para que tú la palpes. Ella se prolonga para que tu recorrido sea largo. Ella emana los aromas cuya memoria perdiste hace tiempo. Ella apacigua tu espera. Ella deslumbra tu mirada adolescente. Ella se viste con tu desnudez. O se rompe contra ella. O se intercambia. O cede a su abandono. O hiende tu carne huérfana. Será un intercambio de fragilidades. Será un pulso de pasión. Será escondernos entre los deseos y las audacias para que al encontrarnos cada uno seamos el otro. Siento tus manos que se aproximan. Te quedas. No me cabía duda.

Señales


Si tu gesto fuera el arbotante de una catedral yo entraría en ella a adorar su fe. Si una letra haría de mi vida una adscripción a su aprendizaje. Si una geometría volvería a estudiar la disposición de los viejos prismas olvidados hasta dar con el tuyo. Si un menhir rozado por el aire y el agua yo me metamorfosearía en todas las furias desatadas. Si una flecha me pondría por medio para que me atravesara. Si un falo, yo sería el hombre de la verga gigante que sementó la Tierra. Puede que tu gesto sea algo más convencional y simple. Pero a partir de él, dejaré de hablar, me acercaré a ti, me perderé en tu mirada y tomaré tu dedo entre mis labios. Al catarlo, sentirás que mi humedad empieza a correr también por tus venas. Y tu boca emitirá señales de frescor. Apacíguame como tú sabes. Mi sed viene de antiguo. No hay manantiales en los recodos del camino que me hayan calmado jamás. Pero todas las señales que me dan sosiego vienen desde tu presencia. Y al sentirla, hago de tu cuerpo mi cuerpo.

Eclipse de hombre


Vas hacia él, vas hacia una parte que desconocías. ¿De él? Acaso de ti. Todos tenemos infinidad de espacios que nos son ignotos. Avanzamos en años, creemos conocernos. La percepción sobre uno mismo la transformamos en una identidad que nos parece que interpretamos. Pero siempre el cuerpo, el ser, la vida, siguen desbordados por espacios y luces que no se clarifican, que no nos iluminan. Moriremos sin saber de nosotros. O sabiendo escasamente de nosotros. Es propio del humano. Nos atiborramos de recuerdos y de vínculos con nuestra nostalgia. Tú avanzas, tú muestras tus brillos, no temas ofrecer tus sombras. Él las tiene, pero rechaza vivir en ellas. Todo queda atrás. Sois resurrectos. Individuos en trance de estar siempre elevándose. La salvación no es un estado. Es un ejercicio. Impuro, insuficiente, inacabado. Vuestra desnudez es también vuestra posesión. Tenéis tanto de lo que estar contentos. Y al contemplaros desprovistos de los disfraces de lo convencional, de lo que aleja a los seres, os ratificáis más allá de lo onírico, más allá de lo opaco. Vas hacia él, que es como decir que vas hacia ti. El sol en la espalda.

El tren




Recuerdo nuestro primer encuentro fugaz. Nos apartamos de la gente que se juntaba en el vagón restaurante. No sé quién de los dos iba más enfebrecido. Ni quién más nervioso. Al llegar hasta mi me contemplaste fijamente. Mantenías una distancia de duda. Probablemente yo también. Ya antes me estuviste mirando como si me tocaras. Yo sentía que me tocabas. Que tus ojos me rasgaban, que tus manos me recorrían, que tus labios se adherían a mi piel. Ni que decir tiene que aquella actitud tuya, que yo imaginaba, me trastornó. Había algo en ti que impedía que me cerrara. ¿O era yo? Yo que me sentía vacía, que padecía ausencia de caricias, que me sentía abandonada por las palabras que resucitan. Hay palabras y palabras. Aún no sé cuáles son las verdaderas, ni si las hay. Pero si este tipo de palabra existe es aquélla que tiene una calidad inagotable. Oh, no me refiero a la propiedad de ser repetidas hasta la saciedad, de abundar y abusar con ellas, de pretender aparentar. Tú no eres un hombre de demasiadas palabras. Pero las que pronuncias son muy precisas. Palabras que son firmes y que parece que se ponen en movimiento para llegar lejos. A mi ser, por ejemplo. Palabras que recorren distancias de fondo. ¿Eres acaso ese corredor de fondo que viene de lejos? Nos apartamos a la plataforma entre vagones, allí donde las puertas permanecen cerradas en todos los puntos cardinales del tren. Girados hacia un recoveco me así a tus brazos. Tú echaste hacia atrás mis cabellos y permaneciste tranquilo, frotando mis mejillas con los pulgares. Nadie quería arremeter al otro. Era una frontera delicada, contenida. Hasta que el tren alcanzó una velocidad superior, que a nosotros nos pareció desmedida. Una señal. Y luego aquel túnel largo.

Columpio

(Alvin Booth)


¿Te sientes insegura en ese frágil balanceo cuando te amo? No pierdas la volatilidad que te caracteriza. Lo que permite tu apoyo no es la soga que tensa tus pies. Al otro lado, en la oscuridad, mis manos te sujetan. Son un soporte invisible que tú agradeces. Mi cuerpo permanece rígido para contraponer fuerzas. Yo te ayudo a que tu edificio sea grácil. Tu tersura aérea no cesa. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Mis manos procuran el suave bamboleo de tu figura. Mientras, tus cabellos se vuelan. Mientras, tu rostro me roza. Mientras, tu boca se vuelve toda aliento. Mientras, tus ojos se pierden.

Buscando

(Kirill Kirillov)
Ella le envuelve. Él se lo pide. Ella quiere tenerlo entre las sábanas. Él se deja convertir en algodón. Ella hace un rebujo con el cuerpo de él. Él se estira para encontrar la posición. Ella atrae hacia sí el tejido de doble vida. Él se extiende para acogerla a ella. Ella lo aprieta. Él se arrastra a través del escondite sedoso. Ella palpa entre los espacios vacíos. Él se escabulle. Ella le llama, le pide que salga. Él calla, se desplaza sin que ella se dé cuenta. Ella se inquieta. Él contiene su risa divertida. Ella se queja del tejido abrasador. Él hace una espiral de arrugas en torno al cuerpo de ella. Ella siente un movimiento entre sus muslos. Él se siente poseído por un seísmo. Ella va cayéndose hacia atrás. Él arremete. Ella pierde su orientación. Él escarba entre la tierra y la lluvia. Ella pierde las palabras. Él habla a las profundidades de la vida. Ella se ve atrapada sin salida. Él se ve devuelto a los orígenes. Ella desaparece entre la ropa. Él ya murió hace un rato. Hay más.

El grito



Y si caes, si la cabeza te cuelga, si buscas auxilio para una respiración que te falta, si no ves más que lo que sientes, si la garganta se precipita fuera de tu boca, si el grito, ay, el grito, va diluyéndose en cada esfuerzo por retener la esencia de tu palabra ausente, si la boca no sabe cerrarse si no es para tomar otra boca, si tus manos quieren asirse a la parte de ti misma que vas perdiendo, si tus manos se han soltado de las otras manos para que el sacrificio sea más tuyo, si él te mira desde arriba sin osar interrumpir tu inmersión en la sangre, si él te deja que estés sola en ese instante en que debes estar sola, si él desea caer sobre ti para salvarse del momento postrero en que no quiere perderse solo, si él se extiende sobre tu manto amable de carne y de calor y de saliva para huir del vacío que le pierde, si él espera, si él retiene su propia ascensión hacia la mujer que ama, si ambos sois un pulso donde no hay quien derrote a quien, sino más bien os proclamáis consecutivamente victoriosos, si no hay caída sino para sentir que la tierra está más cerca de vuestros cuerpos, si no hay otro silencio sino esa línea de agitación que se templa, si no hay sino la inmensa fuerza con que os solicitáis a cada instante, si no hay sino su grito desgarrado, y tu grito ahogado entre sus poros, es que ya todo está escrito en vuestra piel, es que ya, casi, lo alcanzáis todo...

La mano


Alargo mi mano, mi mano que explora desde antes del brazo, que nace más allá de los hombros, que se extiende desde el órgano invisible donde los sentimientos se acunan. Alargo mis sentidos al proyectar hacia ti mi mano, y en ese recorrido ya te voy tocando, y al sentir el primer instante de roce ya voy sabiendo de tu textura. Voy acortando la distancia, que no es sino física superable, voy tejiendo los pasos, que no son sino decisiones, voy escalando peldaños, que no sirven sino para elevarnos sobre el edificio aparente que los humanos erigen para pretenderse felices. Al expansionar mi mano, los dedos se abren. Los dedos se separan para percibir más superficie, para tocar más tacto de ti, para prospectar una profundidad cuyo fondo se desea fértil. Arde mi mano, abrasa mi palma, mas su envés arrastra la frialdad del vacío y de la carencia. Llega el calor a mi cuerpo. Sale de mi cuerpo pero entra también en mi cuerpo. Y mi cuerpo es el hilo conductor de mi esperanza. Allí donde yo me manifiesto. Al alargar mi mano hago de mi cuerpo un puente que se acerque al tuyo, a través de tu mano. Tu mano hierve, tu mano tiembla, tu mano se agrieta en contacto con la mía. Y es en ese instante en que el azar las vincula, cuando las manos, la tuya y la mía, no tienen edad. No tienen otro rostro que el fuego. No tienen otra sonrisa que el cosquilleo sensible que pare un nombre: caricia.

Marcas

(Duane Reed)


Le vi náufrago y le tendí la mano. Yo le atraje hacia mi y el respondió con su impulso. Desde ese momento las aguas son nuestras. Nos sumergimos en ellas. Caminamos sobre ellas. Sobrevolamos a ellas. Bebemos de ellas. Me siento marcada por las huellas que él deja sobre mi. Nunca me encontré tan líquida y tan sólida a la vez. ¿Qué es él? ¿Un mar, una costa, un céfiro agitando las aguas? Él dice que yo soy todo esto y más. Dice que soy tierra firme y tierra que viene de lejos. Humus donde germina su vigor cotidiano y polvo de la erosión antigua done halla calma. Siento sus marcas sobre mi cuerpo. Siento sus palabras y sus jadeos y su ensordecedor griterío y su silencio, y se convierten en ondas que dibujan mi ser durante las horas. Él dice que le salvo. Yo sé que le ayudo a salvarse. Compartimos las marcas.

Redondez

(Duane Reed)


Te levantas y yo no. Te incorporas y yo me abandono a las sábanas. Podría ser ceguera, pero te reconocería igual. Me ciegas. El calor de la habitación es intenso, pero el nuestro lo es más. El nuestro desplaza a la canícula. Estas horas últimas han sido necesarias para traspasar la frontera del tiempo. Pero no son solamente tiempo. Son instantes. Los instantes no son tiempo. Son escapadas del tiempo. Son creación, como dirías tú. Y ahí encajamos. Ahí nos amoldamos, ambos somos cóncavos y convexos en nuestros encuentros. La naturaleza de los dos. Nosotros la liberamos, la reconducimos, la intercambiamos. Te contemplo mientras te levantas y te apoyas aún en mi cuerpo. Me obsesiono con tu redondez . En el principio de todo fue tu redondez. Cuando aún en tu cuerpo apenas germinaban los signos de la hembra, ya me estabas entregando tu redondez. Y con ella modificabas la órbita de mi mirada, que es tanto como decir de mi deseo. Me estiro entre las sábanas. Tú me despojas momentáneamente de ti mientras te levantas y te diriges a la cocina a beber agua. No sé mirar para otro lado. Estoy ciego.

Oleaje

(Duane Reed)



Siento sobre mi torso las ondas de la noche, las siento abrasadoras, trazando navegaciones, dejándome en la costa del silencio, cuando las palabras han cesado, cuando sus gemidos se han agotado, cuando su fuerza ha dejado de remover mis entrañas, cuando su ternura se ha dormido sobre mi hombro, cuando nuestras manos han parado de contarse los dedos, cuando mis muslos se han enfriado tras el seísmo inesperado, cuando mis ojos se hieren con el sudor de sus lágrimas, siento la traza de esos surcos invisibles recorriéndome implacables, haciendo germinar sensaciones que mi cuerpo no había detectado antes, procurando pequeños incendios que no logro desalojar de mis extremidades ni de mis ingles ni de mis pezones ni de mi boca ni de mi pensamiento desasosegado, reteniendo imágenes del reciente encuentro que me pide el siguiente, asaeteada por este juego de luces que mantiene el oleaje, orilla donde él bebe, donde él sacia, donde él descubre, donde yo me cedo a su postrada entrega.

Mirando


Contemplas la calle. No puedes evitar aparentar una mirada ausente. Él está junto a ti y su aura de calor dibuja tu contorno. Roza con sus dedos la caída de tus hombros. Luego los brazos, luego la espalda. Cuenta el orden de las vértebras con precisión hasta llegar al coxis. En ese instante, él se instala sobre tu dorso como una vértebra más. Señala con un dedo la calle. Mira la nieve, te dice. Sientes su aliento húmedo envolviéndote el cuello. Tú miras la nieve, pero no la ves. Miras la luz insulsa, pero no te llega. Sus manos se juntan sobre tu abdomen. Los dedos del hombre se entrelazan y pellizcan tu piel. Su cuerpo se clava sobre la parte posterior del tuyo. Mira el frío, te dice. Notas la presión que su cuerpo ejerce sobre el tuyo. Intentas observar el frío, pero no tiene forma. No es posible sentir todo lo opuesto a lo que él te procura. Son imágenes que chocan, que no se adecuan. Tus ojos se fijan en la abstracción que se dibuja más allá de los ventanales. Pero tu ser está adentrándose en los territorios del otro ser. O acaso no. Está profundizando en los tuyos propios. Él es el médium, el motivo, la posibilidad. Eres tú y eres él. Mira la noche, te dice. Y tú cierras los ojos y no te cabe duda de que las estrellas reposan en tus cabellos. Y que el silencio es un silencio compartido.

Las manos


Acude a tu llamada, se deja sujetar por tus manos, siente cómo le rodeas, nota cómo le palpas, gusta de cómo le tomas, se entrega a la caricia, percibe tu cálido aliento, mira tu mirada, escucha tu sonrisa, y de tu cuerpo emana un aroma que le envenena, un perfume que se disuelve en su sangre, y hablas poco para que él te comprenda mejor, para que él se deje llevar por tu vuelo, tú que haces que gire y revolotee cada vez más próximo, cada vez más abierto, cada vez más concedido, cada vez más nuevo...

Sobre ti



Te recoges y descansas sobre tu propio cuerpo. Su cuerpo no está hecho para que tú descanses en él. Su cuerpo es una lanza. Tu cuerpo es el costado donde la lanza mellará tu resistencia. Tal vez su metal no quiebre y entre en ti sin herirte. Tal vez la lanza sea depositada ante tu presencia y allí mismo la rindas. O en ese instante, en que su ataque procure descubrir tus defensas, él te la ofrezca. Entonces tomarás la lanza y la elevarás en señal de triunfo. Sólo es el principio. Él no ha nacido para defenderse, sino para entregarse a ti. Nadie verá tu gesto. Él sí. Él pondrá su mano en la empuñadura de tu mano. Ambos blandiréis la inhiesta arma. Juntos esgrimiréis la pica como un desafío al cielo. Los clarines serán emitidos desde las gargantas que se abren en lo alto de vuestros propios cuerpos. La conquista se reviste como única propuesta. Derribaros de vuestras cabalgaduras. Abandonad el tropel. Empecinaros en llegar al cuerpo a cuerpo. No soltéis la lanza. No pierde quien se desprovee de ella, sino quien la mantenga en solitario. Cara a cara, pecho a pecho, fundiros en el golpe de la audacia. Rasgaros con la punta de saeta cuyo metal saboreáis. Más tarde descansarás sobre ti misma. Darás cobijo en tu regazo al hombre. Soñaréis difíciles victorias. En vuestros labios la saliva retiene la sustancia del deseo.

Descenso

(Eikoh Hosoe)

Se cierne sobre ti. Pero no te eclipsa. Por más que trate de cubrirte jamás opacará tu imagen. El sol gusta de tu desnudez. Desearía tocarla. No se atreve. Su vuelo es alto y desciende lentamente. Hay tanta luz en ti que lo último de lo que trataría es de robártela. Descansa. Sólo los planetas saben de la acción perpetua. Es su ritmo, es su vida, es su sentido. No hay más explicación que la incandescencia que los vuelve atormentadamente líquidos. Tú eres la materia solidificada y plena que la esfera de la noche jamás podrá destruir. Poco a poco, el círculo de fuego irá bajando hasta efectuar un vuelo rasante. Te sabe ahí. Te tiene ahí. Ampliará su cerco e intentará engullirte. Hacerte parte de su masa ígnea, mas no para disolverte en él. A pesar de su poderío él quisiera desleírse en ti. Te mira. Te admira. Sabe que eres una simple gota de deseo reclamado por otro deseo. Contempla también a la gota que te espera. El astro te envidia. Tú sueñas con la mujer.

Instante

(Lucy Nuzum)



No sé cómo. Pero te lo he dicho. Eso de la ternura. Eso del acceso irresistible, rompiendo la hora, agujereando la noche. Pasa a veces. A mi con frecuencia. Va cayendo el día y de pronto te sientes náufrago. Todo es oscuro, pero no te lo parece. Siempre una brizna de luz, no importa si es tibia. Mejor. La luz intensa desfigura los sentimientos. La luz del amor debe ser acogedora. Tenue, para que sólo se vean los amantes. O acaso un filamento conductor. De calor, de instinto, de aproximación. Es cuando dejas de hacer lo habitual cuando sientes un desvanecimiento. Deseas ausentarte de todo lo que te obliga y acudir sólo a la llamada de ese fanal. No está lejano. Es también hoguera, es hogar, es brasa. Te palpas y lo sientes en algún lugar recóndito que te urge. Piensas en ella, la reclamas, la añoras, te enterneces. No eres débil, eres simplemente tú, como debes de ser. Preservas tu firmeza y sabes que subirías al cerro más próximo a aullar. Ella no te va a dejar que aúlles sólo jamás. Ella oye tu voz, interpreta tu necesidad, comprende la soledad que te desespera. Ella tiende un manto para que no sientas frío. Abre una ventana para que le llegue tu grito. Y de pronto, te tiene entre sus brazos. Llegas con el aire.