Convite

(Anke Merzbach)


¿Entras o sales? Si te quedas, el calor que supura mi cuerpo será tuyo. Si te vas, no encontrarás jamás la fogosidad que traías porque habrá quedado en mi. No tienes opción. Sólo ganas si confías en la amalgama de la noche. Hay un brindis con que la oscuridad nos convida. Pero la libación es cosa nuestra. Entra, amor mío, a través de mi desnudez. Ella se abre para que tú la ocupes. Ella se ofrece para que tú la palpes. Ella se prolonga para que tu recorrido sea largo. Ella emana los aromas cuya memoria perdiste hace tiempo. Ella apacigua tu espera. Ella deslumbra tu mirada adolescente. Ella se viste con tu desnudez. O se rompe contra ella. O se intercambia. O cede a su abandono. O hiende tu carne huérfana. Será un intercambio de fragilidades. Será un pulso de pasión. Será escondernos entre los deseos y las audacias para que al encontrarnos cada uno seamos el otro. Siento tus manos que se aproximan. Te quedas. No me cabía duda.

Señales


Si tu gesto fuera el arbotante de una catedral yo entraría en ella a adorar su fe. Si una letra haría de mi vida una adscripción a su aprendizaje. Si una geometría volvería a estudiar la disposición de los viejos prismas olvidados hasta dar con el tuyo. Si un menhir rozado por el aire y el agua yo me metamorfosearía en todas las furias desatadas. Si una flecha me pondría por medio para que me atravesara. Si un falo, yo sería el hombre de la verga gigante que sementó la Tierra. Puede que tu gesto sea algo más convencional y simple. Pero a partir de él, dejaré de hablar, me acercaré a ti, me perderé en tu mirada y tomaré tu dedo entre mis labios. Al catarlo, sentirás que mi humedad empieza a correr también por tus venas. Y tu boca emitirá señales de frescor. Apacíguame como tú sabes. Mi sed viene de antiguo. No hay manantiales en los recodos del camino que me hayan calmado jamás. Pero todas las señales que me dan sosiego vienen desde tu presencia. Y al sentirla, hago de tu cuerpo mi cuerpo.

Eclipse de hombre


Vas hacia él, vas hacia una parte que desconocías. ¿De él? Acaso de ti. Todos tenemos infinidad de espacios que nos son ignotos. Avanzamos en años, creemos conocernos. La percepción sobre uno mismo la transformamos en una identidad que nos parece que interpretamos. Pero siempre el cuerpo, el ser, la vida, siguen desbordados por espacios y luces que no se clarifican, que no nos iluminan. Moriremos sin saber de nosotros. O sabiendo escasamente de nosotros. Es propio del humano. Nos atiborramos de recuerdos y de vínculos con nuestra nostalgia. Tú avanzas, tú muestras tus brillos, no temas ofrecer tus sombras. Él las tiene, pero rechaza vivir en ellas. Todo queda atrás. Sois resurrectos. Individuos en trance de estar siempre elevándose. La salvación no es un estado. Es un ejercicio. Impuro, insuficiente, inacabado. Vuestra desnudez es también vuestra posesión. Tenéis tanto de lo que estar contentos. Y al contemplaros desprovistos de los disfraces de lo convencional, de lo que aleja a los seres, os ratificáis más allá de lo onírico, más allá de lo opaco. Vas hacia él, que es como decir que vas hacia ti. El sol en la espalda.

El tren




Recuerdo nuestro primer encuentro fugaz. Nos apartamos de la gente que se juntaba en el vagón restaurante. No sé quién de los dos iba más enfebrecido. Ni quién más nervioso. Al llegar hasta mi me contemplaste fijamente. Mantenías una distancia de duda. Probablemente yo también. Ya antes me estuviste mirando como si me tocaras. Yo sentía que me tocabas. Que tus ojos me rasgaban, que tus manos me recorrían, que tus labios se adherían a mi piel. Ni que decir tiene que aquella actitud tuya, que yo imaginaba, me trastornó. Había algo en ti que impedía que me cerrara. ¿O era yo? Yo que me sentía vacía, que padecía ausencia de caricias, que me sentía abandonada por las palabras que resucitan. Hay palabras y palabras. Aún no sé cuáles son las verdaderas, ni si las hay. Pero si este tipo de palabra existe es aquélla que tiene una calidad inagotable. Oh, no me refiero a la propiedad de ser repetidas hasta la saciedad, de abundar y abusar con ellas, de pretender aparentar. Tú no eres un hombre de demasiadas palabras. Pero las que pronuncias son muy precisas. Palabras que son firmes y que parece que se ponen en movimiento para llegar lejos. A mi ser, por ejemplo. Palabras que recorren distancias de fondo. ¿Eres acaso ese corredor de fondo que viene de lejos? Nos apartamos a la plataforma entre vagones, allí donde las puertas permanecen cerradas en todos los puntos cardinales del tren. Girados hacia un recoveco me así a tus brazos. Tú echaste hacia atrás mis cabellos y permaneciste tranquilo, frotando mis mejillas con los pulgares. Nadie quería arremeter al otro. Era una frontera delicada, contenida. Hasta que el tren alcanzó una velocidad superior, que a nosotros nos pareció desmedida. Una señal. Y luego aquel túnel largo.

Columpio

(Alvin Booth)


¿Te sientes insegura en ese frágil balanceo cuando te amo? No pierdas la volatilidad que te caracteriza. Lo que permite tu apoyo no es la soga que tensa tus pies. Al otro lado, en la oscuridad, mis manos te sujetan. Son un soporte invisible que tú agradeces. Mi cuerpo permanece rígido para contraponer fuerzas. Yo te ayudo a que tu edificio sea grácil. Tu tersura aérea no cesa. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Mis manos procuran el suave bamboleo de tu figura. Mientras, tus cabellos se vuelan. Mientras, tu rostro me roza. Mientras, tu boca se vuelve toda aliento. Mientras, tus ojos se pierden.

Buscando

(Kirill Kirillov)
Ella le envuelve. Él se lo pide. Ella quiere tenerlo entre las sábanas. Él se deja convertir en algodón. Ella hace un rebujo con el cuerpo de él. Él se estira para encontrar la posición. Ella atrae hacia sí el tejido de doble vida. Él se extiende para acogerla a ella. Ella lo aprieta. Él se arrastra a través del escondite sedoso. Ella palpa entre los espacios vacíos. Él se escabulle. Ella le llama, le pide que salga. Él calla, se desplaza sin que ella se dé cuenta. Ella se inquieta. Él contiene su risa divertida. Ella se queja del tejido abrasador. Él hace una espiral de arrugas en torno al cuerpo de ella. Ella siente un movimiento entre sus muslos. Él se siente poseído por un seísmo. Ella va cayéndose hacia atrás. Él arremete. Ella pierde su orientación. Él escarba entre la tierra y la lluvia. Ella pierde las palabras. Él habla a las profundidades de la vida. Ella se ve atrapada sin salida. Él se ve devuelto a los orígenes. Ella desaparece entre la ropa. Él ya murió hace un rato. Hay más.

El grito



Y si caes, si la cabeza te cuelga, si buscas auxilio para una respiración que te falta, si no ves más que lo que sientes, si la garganta se precipita fuera de tu boca, si el grito, ay, el grito, va diluyéndose en cada esfuerzo por retener la esencia de tu palabra ausente, si la boca no sabe cerrarse si no es para tomar otra boca, si tus manos quieren asirse a la parte de ti misma que vas perdiendo, si tus manos se han soltado de las otras manos para que el sacrificio sea más tuyo, si él te mira desde arriba sin osar interrumpir tu inmersión en la sangre, si él te deja que estés sola en ese instante en que debes estar sola, si él desea caer sobre ti para salvarse del momento postrero en que no quiere perderse solo, si él se extiende sobre tu manto amable de carne y de calor y de saliva para huir del vacío que le pierde, si él espera, si él retiene su propia ascensión hacia la mujer que ama, si ambos sois un pulso donde no hay quien derrote a quien, sino más bien os proclamáis consecutivamente victoriosos, si no hay caída sino para sentir que la tierra está más cerca de vuestros cuerpos, si no hay otro silencio sino esa línea de agitación que se templa, si no hay sino la inmensa fuerza con que os solicitáis a cada instante, si no hay sino su grito desgarrado, y tu grito ahogado entre sus poros, es que ya todo está escrito en vuestra piel, es que ya, casi, lo alcanzáis todo...

La mano


Alargo mi mano, mi mano que explora desde antes del brazo, que nace más allá de los hombros, que se extiende desde el órgano invisible donde los sentimientos se acunan. Alargo mis sentidos al proyectar hacia ti mi mano, y en ese recorrido ya te voy tocando, y al sentir el primer instante de roce ya voy sabiendo de tu textura. Voy acortando la distancia, que no es sino física superable, voy tejiendo los pasos, que no son sino decisiones, voy escalando peldaños, que no sirven sino para elevarnos sobre el edificio aparente que los humanos erigen para pretenderse felices. Al expansionar mi mano, los dedos se abren. Los dedos se separan para percibir más superficie, para tocar más tacto de ti, para prospectar una profundidad cuyo fondo se desea fértil. Arde mi mano, abrasa mi palma, mas su envés arrastra la frialdad del vacío y de la carencia. Llega el calor a mi cuerpo. Sale de mi cuerpo pero entra también en mi cuerpo. Y mi cuerpo es el hilo conductor de mi esperanza. Allí donde yo me manifiesto. Al alargar mi mano hago de mi cuerpo un puente que se acerque al tuyo, a través de tu mano. Tu mano hierve, tu mano tiembla, tu mano se agrieta en contacto con la mía. Y es en ese instante en que el azar las vincula, cuando las manos, la tuya y la mía, no tienen edad. No tienen otro rostro que el fuego. No tienen otra sonrisa que el cosquilleo sensible que pare un nombre: caricia.

Marcas

(Duane Reed)


Le vi náufrago y le tendí la mano. Yo le atraje hacia mi y el respondió con su impulso. Desde ese momento las aguas son nuestras. Nos sumergimos en ellas. Caminamos sobre ellas. Sobrevolamos a ellas. Bebemos de ellas. Me siento marcada por las huellas que él deja sobre mi. Nunca me encontré tan líquida y tan sólida a la vez. ¿Qué es él? ¿Un mar, una costa, un céfiro agitando las aguas? Él dice que yo soy todo esto y más. Dice que soy tierra firme y tierra que viene de lejos. Humus donde germina su vigor cotidiano y polvo de la erosión antigua done halla calma. Siento sus marcas sobre mi cuerpo. Siento sus palabras y sus jadeos y su ensordecedor griterío y su silencio, y se convierten en ondas que dibujan mi ser durante las horas. Él dice que le salvo. Yo sé que le ayudo a salvarse. Compartimos las marcas.

Redondez

(Duane Reed)


Te levantas y yo no. Te incorporas y yo me abandono a las sábanas. Podría ser ceguera, pero te reconocería igual. Me ciegas. El calor de la habitación es intenso, pero el nuestro lo es más. El nuestro desplaza a la canícula. Estas horas últimas han sido necesarias para traspasar la frontera del tiempo. Pero no son solamente tiempo. Son instantes. Los instantes no son tiempo. Son escapadas del tiempo. Son creación, como dirías tú. Y ahí encajamos. Ahí nos amoldamos, ambos somos cóncavos y convexos en nuestros encuentros. La naturaleza de los dos. Nosotros la liberamos, la reconducimos, la intercambiamos. Te contemplo mientras te levantas y te apoyas aún en mi cuerpo. Me obsesiono con tu redondez . En el principio de todo fue tu redondez. Cuando aún en tu cuerpo apenas germinaban los signos de la hembra, ya me estabas entregando tu redondez. Y con ella modificabas la órbita de mi mirada, que es tanto como decir de mi deseo. Me estiro entre las sábanas. Tú me despojas momentáneamente de ti mientras te levantas y te diriges a la cocina a beber agua. No sé mirar para otro lado. Estoy ciego.

Oleaje

(Duane Reed)



Siento sobre mi torso las ondas de la noche, las siento abrasadoras, trazando navegaciones, dejándome en la costa del silencio, cuando las palabras han cesado, cuando sus gemidos se han agotado, cuando su fuerza ha dejado de remover mis entrañas, cuando su ternura se ha dormido sobre mi hombro, cuando nuestras manos han parado de contarse los dedos, cuando mis muslos se han enfriado tras el seísmo inesperado, cuando mis ojos se hieren con el sudor de sus lágrimas, siento la traza de esos surcos invisibles recorriéndome implacables, haciendo germinar sensaciones que mi cuerpo no había detectado antes, procurando pequeños incendios que no logro desalojar de mis extremidades ni de mis ingles ni de mis pezones ni de mi boca ni de mi pensamiento desasosegado, reteniendo imágenes del reciente encuentro que me pide el siguiente, asaeteada por este juego de luces que mantiene el oleaje, orilla donde él bebe, donde él sacia, donde él descubre, donde yo me cedo a su postrada entrega.

Mirando


Contemplas la calle. No puedes evitar aparentar una mirada ausente. Él está junto a ti y su aura de calor dibuja tu contorno. Roza con sus dedos la caída de tus hombros. Luego los brazos, luego la espalda. Cuenta el orden de las vértebras con precisión hasta llegar al coxis. En ese instante, él se instala sobre tu dorso como una vértebra más. Señala con un dedo la calle. Mira la nieve, te dice. Sientes su aliento húmedo envolviéndote el cuello. Tú miras la nieve, pero no la ves. Miras la luz insulsa, pero no te llega. Sus manos se juntan sobre tu abdomen. Los dedos del hombre se entrelazan y pellizcan tu piel. Su cuerpo se clava sobre la parte posterior del tuyo. Mira el frío, te dice. Notas la presión que su cuerpo ejerce sobre el tuyo. Intentas observar el frío, pero no tiene forma. No es posible sentir todo lo opuesto a lo que él te procura. Son imágenes que chocan, que no se adecuan. Tus ojos se fijan en la abstracción que se dibuja más allá de los ventanales. Pero tu ser está adentrándose en los territorios del otro ser. O acaso no. Está profundizando en los tuyos propios. Él es el médium, el motivo, la posibilidad. Eres tú y eres él. Mira la noche, te dice. Y tú cierras los ojos y no te cabe duda de que las estrellas reposan en tus cabellos. Y que el silencio es un silencio compartido.

Las manos


Acude a tu llamada, se deja sujetar por tus manos, siente cómo le rodeas, nota cómo le palpas, gusta de cómo le tomas, se entrega a la caricia, percibe tu cálido aliento, mira tu mirada, escucha tu sonrisa, y de tu cuerpo emana un aroma que le envenena, un perfume que se disuelve en su sangre, y hablas poco para que él te comprenda mejor, para que él se deje llevar por tu vuelo, tú que haces que gire y revolotee cada vez más próximo, cada vez más abierto, cada vez más concedido, cada vez más nuevo...

Sobre ti



Te recoges y descansas sobre tu propio cuerpo. Su cuerpo no está hecho para que tú descanses en él. Su cuerpo es una lanza. Tu cuerpo es el costado donde la lanza mellará tu resistencia. Tal vez su metal no quiebre y entre en ti sin herirte. Tal vez la lanza sea depositada ante tu presencia y allí mismo la rindas. O en ese instante, en que su ataque procure descubrir tus defensas, él te la ofrezca. Entonces tomarás la lanza y la elevarás en señal de triunfo. Sólo es el principio. Él no ha nacido para defenderse, sino para entregarse a ti. Nadie verá tu gesto. Él sí. Él pondrá su mano en la empuñadura de tu mano. Ambos blandiréis la inhiesta arma. Juntos esgrimiréis la pica como un desafío al cielo. Los clarines serán emitidos desde las gargantas que se abren en lo alto de vuestros propios cuerpos. La conquista se reviste como única propuesta. Derribaros de vuestras cabalgaduras. Abandonad el tropel. Empecinaros en llegar al cuerpo a cuerpo. No soltéis la lanza. No pierde quien se desprovee de ella, sino quien la mantenga en solitario. Cara a cara, pecho a pecho, fundiros en el golpe de la audacia. Rasgaros con la punta de saeta cuyo metal saboreáis. Más tarde descansarás sobre ti misma. Darás cobijo en tu regazo al hombre. Soñaréis difíciles victorias. En vuestros labios la saliva retiene la sustancia del deseo.

Descenso

(Eikoh Hosoe)

Se cierne sobre ti. Pero no te eclipsa. Por más que trate de cubrirte jamás opacará tu imagen. El sol gusta de tu desnudez. Desearía tocarla. No se atreve. Su vuelo es alto y desciende lentamente. Hay tanta luz en ti que lo último de lo que trataría es de robártela. Descansa. Sólo los planetas saben de la acción perpetua. Es su ritmo, es su vida, es su sentido. No hay más explicación que la incandescencia que los vuelve atormentadamente líquidos. Tú eres la materia solidificada y plena que la esfera de la noche jamás podrá destruir. Poco a poco, el círculo de fuego irá bajando hasta efectuar un vuelo rasante. Te sabe ahí. Te tiene ahí. Ampliará su cerco e intentará engullirte. Hacerte parte de su masa ígnea, mas no para disolverte en él. A pesar de su poderío él quisiera desleírse en ti. Te mira. Te admira. Sabe que eres una simple gota de deseo reclamado por otro deseo. Contempla también a la gota que te espera. El astro te envidia. Tú sueñas con la mujer.

Instante

(Lucy Nuzum)



No sé cómo. Pero te lo he dicho. Eso de la ternura. Eso del acceso irresistible, rompiendo la hora, agujereando la noche. Pasa a veces. A mi con frecuencia. Va cayendo el día y de pronto te sientes náufrago. Todo es oscuro, pero no te lo parece. Siempre una brizna de luz, no importa si es tibia. Mejor. La luz intensa desfigura los sentimientos. La luz del amor debe ser acogedora. Tenue, para que sólo se vean los amantes. O acaso un filamento conductor. De calor, de instinto, de aproximación. Es cuando dejas de hacer lo habitual cuando sientes un desvanecimiento. Deseas ausentarte de todo lo que te obliga y acudir sólo a la llamada de ese fanal. No está lejano. Es también hoguera, es hogar, es brasa. Te palpas y lo sientes en algún lugar recóndito que te urge. Piensas en ella, la reclamas, la añoras, te enterneces. No eres débil, eres simplemente tú, como debes de ser. Preservas tu firmeza y sabes que subirías al cerro más próximo a aullar. Ella no te va a dejar que aúlles sólo jamás. Ella oye tu voz, interpreta tu necesidad, comprende la soledad que te desespera. Ella tiende un manto para que no sientas frío. Abre una ventana para que le llegue tu grito. Y de pronto, te tiene entre sus brazos. Llegas con el aire.

El dedo

(Aira Manna)



Me has mandado callar. Apenas he pisado el umbral de la casa, y has saltado de la silla. Has llegado hasta donde yo estoy. Te paras delante. Divides en dos el hermoso arco de tus labios. Tu gesto obra hipnóticamente sobre mi. No puedo dejar de mirar esa parte de tu rostro. Me cuesta no contemplarte en su integridad, como sabes que me gusta. Algo me arrastra como una fijación contra tu actitud. Tal vez el dedo. El dedo que recorta las distancias, que impera, que frena, que acalla, que sugiere, que avisa, que previene, que pide vigilancia, que demora una exclamación, que contiene acaso un clamor. Siento ganas de apartarte el dedo. Siento celos del dedo. Siento pasión por el dedo. Siento que el dedo me plante cara sin consideración. El dedo que recibe tu vaho, que se moja con tu saliva, que se arma con tu aliento, que recoge tus confidencias, que se adelanta al cuerpo al tocar los objetos. No soporto que el dedo segregue en cruz ese doble arco de fuego que lo roza. No vas a decir nada. No vas a permitir que el dedo se interponga. No vas a dejar que el dedo sea un ariete, simplemente porque yo no me resistiré. Vete dejando fuera de la atmósfera de tu boca el dedo. Apártalo antes de que sea tarde. Esa boca sólo es para mi boca. (Has bajado la mano, has dado un paso adelante, pongo mi índice en mis labios y digo: espera)

Alcance



No estás, pero me dejo. Me abandono. Cuanto menos te muestras, más me muestro yo. No habrá espacio suficiente en la estancia por donde no me arrastre. Lo hago para sentirme. Para que los elementos me posean. Y que las paredes me apretujen. Y que el suelo me acaricie. Y que el aire concentrado y denso se meta dentro de mi. No faltará mi danza desenfrenada. En la carencia de mi amado, bailaré por él. Seré él y seré yo. En cada giro habrá un desdoblamiento que yo sola sabré distinguir. Pasaré de la demora a la vorágine. De la palpación de los límites a la disolución. Besaré cada palmo de cal como si fuera el aliento de mi amado. Me frotaré contra cualquier objeto como si me restregara contra su cuerpo. Gemiré al vacío como si sollozara en tus oídos, amor mío. No estás, pero jamás estuviste tan profundamente. Sé que tú, allá donde moras, también te abandonas esta noche a mi. No es una coincidencia ni un acuerdo. Me alcanzas. Es el vínculo. O tú eres yo.

Mimo



Siempre adoré tus uñas pintadas de carmín tirando a oscuro. Hacían menos frágiles tus pies. Y tus pies hacían más delicada mi pelvis. Ese juego en que me buscabas y yo dejaba de sentirme perdido me enloquecía. No podía por menos que tomar tu pie, acariciarlo y llenarlo de besos. Tu extremidad sabía hacerse valer. Era como si me recordase: estoy aquí, no por estar alejado del resto de mi cuerpo no cuento, no por estar casi siempre recubierto no existo. Desde aquella tarde en que me mostraste la belleza y el cuidado de tu pie, fui otro. Con frecuencia cambiabas la tonalidad con que ornabas tus uñas. Buscabas gustarme con la parte más olvidada de un cuerpo. En cada uno de nuestro encuentro, después de los primeros besos yo solía quitarte los calcetines y acoger con mis manos cálidas tus pies. Palpaba tus dedos, siempre fríos; frotaba tu empeine, rígido aún; acariciaba tu talón, calloso y endurecido. Me volvía quebradizo ante su presencia. Derramaba mis labios sobre ellos. Abría mi boca. Pasearme por todo su perímetro era más que un gesto o una apetencia. Era un mimo.

Inmersión

(Elizabeth Opalenik)


Tal vez debería decirte que mientras tu cuerpo se desliza entre las aguas, yo también te circundo allá adentro. No parece que me vieses, ni que me sintieras, ni que sospechases de mi presencia. En cada zambullida tuya la masa de agua se desplaza más allá de tu propio volumen. Hay otro cuerpo, el mío. Ni nada ni se hunde. Permanece flotante desde el pico de las olas. Desde ellas extiende su mirada para gozar del arco que tensas amable en tu inmersión. Y sin embargo, algo me dice que tu acrobacia está dispuesta para hacérmelo saber. Que tu prueba es la que pones ante mis ojos, para que me recree en ti. No te ofreces a mi simplemente para exhibirte. Tu danza acuática es una invitación a la posesión.Yo te observo, me dejo salpicar por tus brazadas salinas. Fluctuas y me tientas. No puedo permanecer inerte. Entonces, desciendo. Tus cabellos se enredan entre mis cabellos. Tu boca me da a probar la espuma. Tus brazos se entrelazan con los míos. Mis piernas se enroscan con los muslos que me agitan.Yo soy la saliva marina que se aproxima primero con suavidad hacia tu cuerpo. Luego el oleaje que te arremete hasta abrir y cerrar cada una de tus cavidades de misterio. Por último, la descarga de arena y sal que te horada hasta sacarte de ti misma. Siénteme en la inmersión de cada instante.


Sopor



No le sientes entrar. Tu sueño te ha separado de ti misma. Un cuerpo, que es el tuyo, se abandona a un lado de la cama. Una voz lejana, que también surgió de ti, te ha conducido a otras horas. Él llega y te contempla. Se sienta primero frente a tu postura. Luego se reclina y pone su nariz al borde de tu boca. Se empapa de un aliento que sale tibio. Te roza con los labios, pero los tuyos se muestran ausentes. Pone la mano sobre tus cabellos. Los mesa, los corre hacia atrás, enreda su dedo corazón entre las lianas negras que reposan. Mira tus cejas afirmadas, tus pestañas pobladas. Está tentado a untar uno de sus dedos en saliva y marcarte de dentro hacia fuera en dirección a la corriente inerme. Corre la sábana que apenas te cubre. Vuelve a sentarse al borde de la cama. Azuza con su mirada la dulce desnudez que él conoce casi tan bien como tú. Pero sus manos y su boca y su pecho y su sexo no se explican por sí mismos. Sabe que debe reprimir su deseo. Aplazarlo. Y que tiene que dejar que vueles a lo largo de un tiempo reparador para luego olvidar. El sueño es el olvido. El sueño es la soledad más consciente. Paradojas. El hombre se echa hacia atrás sobre el respaldo de la butaca. Tu cuerpo es hipnosis para él. Desde algún lugar remoto le has llamado. El hombre acude. Cae adormecido. La habitación os divide en dos a cada uno. Soñáis por un lado y la calidez de vuestros cuerpos os aproxima por el otro. No te ha sentido llegar hasta su boca.

Esporas


Sospecho que los astros que rondan tus cabellos son mis últimos latidos. Los que dejé en tus oídos mientras me moría un día más. Con la única muerte aceptable. La que tú me brindas. La que yo te procuro. Ellos han quedado como testigos invisibles. Sólo los advertimos tú y yo. Y según se van diluyendo como esporas de plata sientes que se incorporan a tu condición de mujer que ama. Hay un puente de ternura entre el hombre que se desgarra en cada encuentro y la mujer que le acepta. No teme él perderse de sí mismo. Porque se halla en ti. No le causa impresión quebrar el eje de su cordura. Porque se renueva en ti. No le importa cubrir el mundo de un grito colérico. Porque tú le dotas de armonía. Cuando caigas profundamente dormida esta noche, podrás decir que te cubren las estrellas de mi firmamento. Leves gotas de mi saliva sobre tu desnudez.

Viento

(Lucy Nuzum)


Búscame entre el viento agitado que venga del Este o en la brisa que llegue desde el Sur. Búscame entre la espiral que te recorre desde los pies hasta tus cabellos. Búscame entre las descargas con que el cerebro ilumina tu imaginación. Yo estaré en cualquiera de las corrientes. Seré ese flujo de aire cuyo territorio es tu ser. Seré el arrebato que tu existencia desencadena en mi alma. Seré la aparición que conjure los días inexplicables. Seré la sorpresa que renueve tus sentidos. Párate a sentir cómo me deslizo entre tus pechos, como acaricio tus axilas, cómo convierto tu cabellera en remolino, cómo atravieso tus sueños. Abre tus muslos cada atardecer para que la luna que incorporo se pose en ellos. Besaré con besos nuevos el abismo de tu placer.

Habitados

(Leopoldo Pomés)


Desprovéete de tu calzado. Sobra todo lo que te cubre. Eso le dice él a ella. Libérate de tu ropaje. Déjame palparte tal cual eres. Eso le dice ella a él. La tarde se ciñe de una espuma de nubes. El silencio de los hombres y de los quehaceres es total. De pronto el cielo clama y la lluvia arremete contra la casa. Ambos están desnudos. Cierran las ventanas y escuchan el chasquido del agua contra los cristales. Los amantes se acercan. Se aman a dos bocas. Los amantes se miran. Se quieren a cuatro pupilas. Los amantes se tocan. Se desean a veinte dedos. Los amantes callan. Hablan sus sexos por ellos. Y sienten que sus cuerpos son habitados líquidamente.