Inmóvil

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Inmóvil, quisieras salir de ti. Y sin embargo, no puedes. No puedes porque al estar el hombre cerca de ti, en lo inmediato de ti, tú te sientes más a ti misma. No es que le sientas más a él. Notas la gravedad madura de su cuerpo, pero deseas también la etereidad púber de su actitud. Él te presiona, te sujeta, te cubre, te toca, te ensaliva, desliza su materia en los espacios huérfanos. Todo eso sí lo percibes. Y quieres que todo ese ejercicio del hombre sobre ti te sirva para descubrirte cada día. Ese experimentar al hombre proyecta el placer que sólo reside en ti. Potencia tus emociones. Abre el tesoro de los goces que sólo tú derivas, nombras, edificas. Pero no te basta. Ahora quieres saber cómo siente él. Cómo se excita al acercarse, cómo le llega tu aroma, cómo le impacta el calor de tu piel. Cómo vibra al tomarte por los brazos, cómo quiebra al besarte, qué convulsión le agita entre los muslos cuando se aprieta a los tuyos. Quieres saber cómo se deshace en ese enternecimiento con que emite susurros, cómo se estremece con tus gemidos, cómo se descoloca con tus jadeos. Incluso, desde qué profundidad de su limo resbaladizo le salen las palabras gruesas y los improperios con que él trata de agudizar hasta los límites la libidinosa búsqueda del placer. Te abrasa la idea de comprobar cómo asciende en él su sangre hiriente, cuyo destino final es adentrarse en lo más íntimo de tu cuerpo, y embriagarse con tu entrega. Y sobre todo, te obnubila esa fulguración en que el hombre se desgarra. Esa nada en que el hombre deja de ser, y se vuelve primitivo, y retorna a un útero invisible que le ciega y le protege. En tu ensoñación, desearías salir de tu cuerpo y ser por un instante su cuerpo. No te importa la dificultad, no ves una imposibilidad total en intentarlo. Te aferras al vínculo. A esa compenetración audaz y sincera que desde el primer día caracteriza vuestros encuentros desenfrenados. Te sujetas al hombre. Es probable que él también desee por un momento sentirse tú. Pregúntaselo, o no, simplemente escucha el rumor de su voz, la moderada extensión de su tacto, la presión progresiva con que va llegando a tus entrañas. Sabe lo que quiere, quiere saberte, quiere que tú le sepas.