Ocupaciones

(Nad Iksodas)


Se complacía en ofrecer su exultante venus al hombre, en dejarse cabalgar sobre sus ancas ebúrneas, en ser martilleada por el refinado vidrio del otro, en dejarse humedecer extensamente por su saliva sobre los caminos más preservados, en percibir un aliento de sangre, en ser prospectada por una lengua tenaz, en ser triturada en sus músculos por cada dentellada ansiosa, en ser allanada por la mano que domeñaba sus cabellos, en ser consolada con la voz de los susurros, en dejarse bordear los acantilados de su ámbito, en ser saboreada por el gusto de salitre del hombre, en ser desgajada en el vértice de sus extremidades, en sentirse enfurecida ante la cálida inmersión del hombre en sus huecos, en estremecerse con los empellones que la elevaban o la derribaban alternadamente por encima del mundo ordinario, en el abrazo elíptico que el cuerpo del hombre trazaba sobre el suyo, en mirarle, cómo no, en su actividad empeñada transformando el mineral de su carne.

Geografías

(Nad Iksodas)


Se complacía en saltar con la palma de su mano sobre las dunas del cuerpo de ella, en adentrarse por sus espacios laterales con las puntas de sus dedos, en asomarse a la caída de los perfiles redondeados, en extenderse por sus llanos, en sumergirse en las zonas umbrosas, en sorber en sus pequeños lagos, en recoger los guijarros adheridos caprichosamente, en desplazarse por las mesetas de sus músculos tranquilos, en palpar las formaciones recónditas, en arar con sus uñas las estrías de su piel, en escalar las prominencias de su torso, en escarbar entre sus erupciones cálidas, en ascender hasta el belvedere de su mirada larga, en registrar las líneas afiladas de su contorno, en descansar sobre sus valles, en contemplar, en fin, silencioso y admirado, desde su altura, todo el territorio que se desplegaba aromático e intenso para él.

Acercamiento

(José Antonio G. Villarrubia)


(...y a veces no entiendes, y lo manifiestas, y a veces no te llega la claridad que exiges, y bramas, y a veces lo interpretas con confusión, a riesgo de equivocarte, y saltas enérgica y contenida, y a veces dudas, y sientes que empieza a llover barro sobre tu superficie paciente y expectante, y tal vez no sabes que él no está mejor que tú, que le llega tu rabia con toda su fuerza catártica y se desespera porque no sabe curártela al momento, que ruge en esa hora en que te ve quebrar, que arde en ese instante en que siente tu flaqueza, que se consume bajo su sotobosque mientras escucha el goteo de tu sollozo enervado, que se queda huérfano de palabras porque las sacrifica para que no suenen huecas, que se silencia no para huir sino para respetarte, que se encoge no para negarte sino para que tú ocupes todo el espacio, y toda esa carga de energía que nace de los dos, que se entrecruza entre ambos, que os empapa y os sumerge y os sacude y os parte, toda esa fuerza os recompone también, dejaros aliviar, pues, dejaros comprender, pues, dejaros precipitar entre vosotros, pues, ya que cuando os escucháis a vosotros mismos, cada uno por su cuenta, en lo más hondo, estáis tendiéndoos las manos que es como extender vuestra necesidad que es como sujetar vuestra comprensión mutua que es como ratificar vuestra perpleja búsqueda, la que os sonríe todavía...)

Cercanía

(Lucien Clergue)


Fue ya entrada la noche cuando ella se extendió sobre sí misma. Como si fuera dos cuerpos, como si absorbiera dos deseos. Se hizo el silencio en la casa. Y cuanto más profundo era éste, más se concentraba la mujer en sus latidos. El tiempo era de ella. El espacio no tenía medida. La atmósfera se nutría de su vaho. Como si se tratara de una iniciación. Buscó una disposición cómoda para su cuerpo. Lo mantuvo apoyado sobre las sábanas. Redujo la tensión al área de sus ingles. No sólo se trataba de un funcionamiento reflejo. Aquella mano se transformó en cómplice. La deslizó con toda su conciencia entre los muslos. Conocía demasiado bien el terreno. Pero siempre la exploración resultaba nueva. El vacío dispersaba los tenues vagidos de la mujer. Su memoria catapultó imágenes. Entre todas ellas eligió una cargada de significado. Las imágenes tenían rostros. Pero ella eligió un rostro, preñada de amor. No importaba que fuera una cara ausente. Daba igual que aún no la hubiera asido entre sus manos ni hubiera besado su boca. Su capacidad de fantasía desplegó los elementos que le abrían al placer. Recordaba el tono de una voz sincera. Se excitaba con las propuestas que eran desafíos. Atrapaba los gemidos del hombre entregado. Se rasgaba con los gritos sin piedad que el ausente lanzaba al borde de la plenitud de su cenit. La mano de la mujer estaba sumamente cálida, como si percibiera otra mano cercana. Acaso la mano del hombre. La sentía ágil, clamorosa, incisiva. La mujer fue vocalizando onomatopeyas. Cada vez más frecuentemente. Elevando su tono. Asfixiándose en un crescendo cuya letra se dibujaba en su mente, cada vez más deprisa. Cuya música consistía en sensaciones que le iban desbordando. Cuyo aplauso lo emitían sus propios gestos solitarios. Al pulsar el último instante, el que no se puede ya evitar, la mujer se dejó llevar por un desasosiego que la arrojaba de sí. Soltó un chillido agudo. Y un nombre salió de su garganta. Luego fue de nuevo el silencio más total. Él estaba allí.

Oportuna

(Mona Kuhn)


(...y en esa hendidura que abres en el fondo de mi ojo me ocupas, eclipsas la última luz cuando la noche nos derriba, levantas la sábana de mis párpados cuando te extiendes al amanecer, me cubres en los instantes en que la pasión nos vincula, te sumas a mis silencios forzosos hasta probar de mi temple callado, te cuelas discreta y mimosa entre el ruido de la calle durante mis quehaceres, atraviesas mi concentración cuando leo mostrándote entre líneas, haces de ti misma pensamiento dentro de mi pensamiento, y siento cómo me arropa tu silencio cuando me dejas hablar, porque tú llegaste para detener mi caída, por estar ahí, en el lugar y tiempo justos para poder salvarme...)

Simplemente

(Duane Reed)


Hoy simplemente quiero que me des calor. Con una aproximación me basta. Aunque quiero más. Pero sentir que me rodeas me mantiene. Escuchar cómo tus palabras trazan un círculo de fuego contenido de punta a punta de mi cuerpo me sujeta. No grites, por favor. No eleves el tono ni mandes ni impongas ni sometas. Quiero escuchar tu rumor. Porque es tu estado natural. Luego, de pronto, suele suceder que al pairo de los elementos te agitas. Sueles acontecer como los arroyos, que se convierten en cauces más abiertos y transcurren por accidentes escabrosos donde se desorbitan. Y son, como tú, otra cosa. Y siguen siendo lo mismo. Y sigues permaneciendo el mismo. Entonces yo te entiendo. Entiendo tu fuerza, tu expansión. Entiendo que avances impetuoso y brusco sobre mi. Me gusta, incluso te lo exijo. Pero hoy sólo quiero oírte como una rambla lenta y no obstante fluida. Callo y te quiero silencioso. Tu respiración vaporosa, la lentitud de tus movimientos, el acercamiento prudente a mis sentidos. Cortéjame con palabras amables donde yo me sienta próxima a una naturaleza reposada. Donde yo me palpe naturaleza construida. Sé de las furias que bajo nuestros suelos respectivos nos conmueven. Sé cómo tratan de domeñarnos. Pero para eso estamos ambos aquí, juntos. Para hacer frente común y resistir. Pasa tus dedos afinados sobre mi piel. Detén la palma de tu mano en mi pecho. Quiero sentir ese poder que erradique mi debilidad. Quiero que conjures cualquier quiebra en mi. Con que estés así, quieto, receptivo, atento a mis silencios es suficiente por esta noche. Saber que estás dentro y fuera de mi, siendo tú, siendo yo.

Frontal



(Rásgame con la mirada, y deslízate a lo largo de mi retina, hasta ese territorio donde la memoria preserva sus tesoros, donde vive el hoy como lluvia generosa, clavándote en el acero donde tu imán se fija hasta hacer de ti la mujer nueva...)

Sáciame



Dices que soy insaciable. Sí. La sed me apremia desde el principio de la sequía. Y el camino me ha deparado este encuentro inaudito. No sé ya renunciar a él. Bebo en tu manantial cada día. En cada sorbo me satisfago. Pero el agua que brota de la fuente tiene unas propiedades a las que no puedo rehusar. Soy insaciable. Ya no es por la sed en sí. Es por la recuperación de lo que creía perdido para siempre. Siento contigo de nuevo el alma húmeda de mi carne. Siento la conexión con las raíces que han alimentado secretamente a mi soledad. Siento que me sacas de mi mismo, que me separas de la parálisis, que me entroncas con las voces que se habían desvanecido, que reconstruyes al hombre que se había dispersado. Me rescatas del espacio volátil donde me desquiciaba. Cómo no quieres que me muestre insaciable contigo. Mi memoria se abre a ti. Me veo nuevamente genuflexo ante el hontanar de los tiempos de niño. Cuando nos agachábamos a sorber la fina y modesta corriente que manaba de la roca. Sigue esta otra mi sed. La sed que está siendo toda la sed del hombre en su apogeo. Sáciame, aunque tengas que desgarrarme el pecho como haces con la sábana que ultrajas cuando te amo.

Despliegue

(Duane Reed)


Hay atardeceres en que me olvido de todo. Aunque estés de viaje, aunque aún no hayas llegado a casa. Mientras te espero, hago una ceremonia de mi extensión. En mi extensión está acurrucado el deseo, presto a manifestarse. Y me abro, me desprendo de los espacios obsoletos, o los modifico, y me dejo caer en el vacío. Un simple aire, la calidez acumulada en el cuarto, un ruido sorpresivo, un estremecimiento inesperado...Cualquier factor ambiental actúa sobre mis sentidos. No pienso en nadie. Ni siquiera en ti. O pienso en ti, reconduciéndome. Siento entonces que el calor me presiona los brazos, o que el frescor urgente me acaricia entre los muslos, o que el ruido imprevisto es una voz firme que se me impone, o que un insecto que roza mis pómulos me hace abrir los labios, o que el goteo de un grifo obra como un jadeo en mis oídos...Y en ese ensanchamiento donde tengo de todo y carezco de nadie, la agitación prende de abajo arriba. Y me desazono, y los espectros de la inmediata llegada de la noche se ciernen sobre mi. Mi sombra se proyecta por todos los ángulos de la estancia, y allá por donde miro soy yo pero soy otra. Y veo en mi a todas las mujeres que he deseado ser. Y un leve frenazo de coche en la calle me hace pensar en ti. Estoy a punto, aquí, seas o no seas tú, estoy dispuesta para que el paraje de mi cuerpo quede a tu merced. El campo de batalla está preparado para que ejercites tu arte, amor. Sin vencedores ni vencidos.

Manu militari

(David Bergman)

Haces de tu extensión un reino. Y en él te creces. Y con él te me ofreces en conquista. Al dejarte derribar me llamas en la urgencia de tenerme. Expandes tu pecho y es como si resonaran las trompetas de una caída que no será tal, porque yo te alzaré. Convertiré a mis manos en una avanzadilla que alivie el hundimiento. Después aproximaré mis tropas. Avanzarán mis brazos y mi boca y mi torso dispuesto a ocupar el tuyo. Trabaré el limes de tu geografía con mis piernas. Utilizaré la forja de mi carne para extraer la sustancia que tu fuego subterráneo me brinda. No habrá estrategia que no haya convenido contigo previamente. La táctica será otra cosa. No puedo revelar el orden de despliegue, porque en el factor sorpresa estará el triunfo de mi enseña. Entraré en el combate no para hacerte prisionera, porque sé que ése es también mi riesgo. Aunque trate de rendirte, podremos pactar las condiciones. No cabe esperar destrucción alguna, porque esa suerte también se cierne sobre mi. Y si cabe una muerte, que sea mutua. Una muerte llevadera, donde el instante sea un vuelo. Y el desgarro agónico exude dulzura.

Derivaciones

(Lylia Cornelli)


El sueño me transporta a los sueños. El cansancio me remite al esfuerzo. La satisfacción surge de la búsqueda. El placer es encuentro. Al hallarnos, somos. Y al ser, con todas sus limitaciones, le dotamos de identidad, la cual queda definida por los elementos. Nosotros somos también los elementos. Los elementos nos embaten, mas también nos asisten. Flotamos en ellos y nos arrojan en brazos al uno del otro. Y en el abrazo nos sentimos. Y al sentirnos, un círculo de fuego protector nos rodea. Es el deseo. Y el deseo nos conecta. Y la conexión nos sumerge. Y la inmersión nos expulsa. Y sabiamente nos deriva a cada costa mutua. Llega entonces un momento en que, al inspirar profundamente, nos sentimos. Tal vez somos, de alguna manera, la otra vida. La que prospectamos pausadamente. La que nos mantiene a flote en el océano, encarando la travesía.

Compartir

(Anke Merzbach)


Te oigo aunque no te des cuenta. Te escucho aunque tus palabras no me observen. Te siento aunque los sonidos se deslicen por todos mis perfiles. Puedes seguir hablando. Tu voz no se pierde. Mi sueño es un sueño abierto a cada una de tus inquietudes. Te entiendo y no dudes de mi voluntad. Intuyo que si echaras un pulso a la lógica te traicionarías a ti mismo. Acepto que me hables a mi, a la que voy siendo, a la que deseo ser. Y además te recibo. Te recibo y te solicito. Las horas son espléndidamente llevaderas cuando tú te muestras. Y se ven consoladas cuando capto tus redes vinculantes, no obstante los tiempos de silencio que nos rodeen. A ti te debe suceder otro tanto, no es necesario que me lo confirmes. Se te nota. Ese misterio que yo encarno lo llevas tú también dentro de ti. Es, por lo tanto, un intercambio de palabras a un misterio compartido. Porque no es tanto la experiencia acumulada anecdóticamente lo que nos arroja a uno en el otro. Ni se trata de esa parte de aprendizaje madurado que nos hace creer que sabemos algo de la vida. Ni es un vacío existencial el que nos reclama. Es lo que no hemos sido, en lo más profundo de nuestra identidad en pugna, lo que nos vuelca. Es lo que aún queremos ser.

Exorcizar

(Duane Read)


A veces permanezco acurrucado junto a ti y te hablo. Tú no te enteras. El cansancio te puede y te arrastras al sueño con tu mano sujeta a la mía. Pero algo te llega por ocultos caminos. Hablo a tu piel y la piel se te eriza. Hablo a tu nuca y una leve erupción la delata. Hablo a tus senos y los pezones se erigen encrespados. Hablo a tus cabellos y se convierten en púas al instante. Hablo a tus muslos y éstos sienten una ligera convulsión. Hablo a la pelvis y el monte se te distiende encajando mi voz. Hablo a tu boca y tus labios articulan lenta y desordenadamente algunas sílabas de mis palabras. Entonces hablo quedo. Y te pregunto sobre el misterio que te ha rodeado hasta llegar aquí. Hasta acceder a mi. Entonces te hablo del enigma que me ha mantenido lejano de ti durante tanto tiempo. Pero sólo sé enunciar sorpresas. Sólo sé emitir quejidos y enarbolar lamentos. Es como preguntar al transcurso de la vida por lo que no ha sido. Siento una rabieta de niño, pero el acontecer que nos proporciona el encuentro ahora no sabe del pasado de ambos. La lógica responde con facilidad y coherencia. Pero yo no hago preguntas a la lógica, sino al misterio. Por eso hablo a tu cuerpo cuando duermes. Y me procuro su calor para exorcizar la soledad.

Marea

(Duane Reed)


Desde ti amo la noche
en sí misma


(y después de escribir estos dos versos ya no supe qué más decir pues estaba todo dicho y todo era entendible entre nosotros dos y éramos un manto de estrellas el uno para el otro y era la marea nocturna la que nos alimentaba y era la entrega la que nos rehacía y era nuestra mutua necesidad la que nos daba cobijo...)

Contracciones

(Connie Imboden)

Al deslizarte junto a mi. Al apretarme a tu torso. Al tomar mi boca. Al dejarme capturar por tu ansia. Al sujetarme los hombros. Al apretar tu cintura. Al rodearme con tus brazos. Al dejar caer los míos en el vacío. Al atenazar mi cuello. Al mordisquear el tuyo. Al hundirte en mi pecho. Al zambullirme entre tus cabellos. Al arañar mi abdomen. Al rasgar tu pelvis. Al clavarte en mi cruz. Al sujetarte sobre el borde. Al agitar tu sangre. Al sumergirme en tus entrañas. Al herirte en mi cuchillo. Al desollarme en tu filo. Al abrirte al cielo. Al atravesarte contra la tierra. Al catar mi nervio. Al derribar tu puerta. Al absorber mi sustancia. Al desalojarme en tu potencia. Al gemir entrecortado. Al gritar desenfrenado. Al caer a mi lado. Al extenderme entre tu costado. Al pensar en mi. Al renovarme en ti.