Cercanía

(Lucien Clergue)


Fue ya entrada la noche cuando ella se extendió sobre sí misma. Como si fuera dos cuerpos, como si absorbiera dos deseos. Se hizo el silencio en la casa. Y cuanto más profundo era éste, más se concentraba la mujer en sus latidos. El tiempo era de ella. El espacio no tenía medida. La atmósfera se nutría de su vaho. Como si se tratara de una iniciación. Buscó una disposición cómoda para su cuerpo. Lo mantuvo apoyado sobre las sábanas. Redujo la tensión al área de sus ingles. No sólo se trataba de un funcionamiento reflejo. Aquella mano se transformó en cómplice. La deslizó con toda su conciencia entre los muslos. Conocía demasiado bien el terreno. Pero siempre la exploración resultaba nueva. El vacío dispersaba los tenues vagidos de la mujer. Su memoria catapultó imágenes. Entre todas ellas eligió una cargada de significado. Las imágenes tenían rostros. Pero ella eligió un rostro, preñada de amor. No importaba que fuera una cara ausente. Daba igual que aún no la hubiera asido entre sus manos ni hubiera besado su boca. Su capacidad de fantasía desplegó los elementos que le abrían al placer. Recordaba el tono de una voz sincera. Se excitaba con las propuestas que eran desafíos. Atrapaba los gemidos del hombre entregado. Se rasgaba con los gritos sin piedad que el ausente lanzaba al borde de la plenitud de su cenit. La mano de la mujer estaba sumamente cálida, como si percibiera otra mano cercana. Acaso la mano del hombre. La sentía ágil, clamorosa, incisiva. La mujer fue vocalizando onomatopeyas. Cada vez más frecuentemente. Elevando su tono. Asfixiándose en un crescendo cuya letra se dibujaba en su mente, cada vez más deprisa. Cuya música consistía en sensaciones que le iban desbordando. Cuyo aplauso lo emitían sus propios gestos solitarios. Al pulsar el último instante, el que no se puede ya evitar, la mujer se dejó llevar por un desasosiego que la arrojaba de sí. Soltó un chillido agudo. Y un nombre salió de su garganta. Luego fue de nuevo el silencio más total. Él estaba allí.