Ocupaciones

(Nad Iksodas)


Se complacía en ofrecer su exultante venus al hombre, en dejarse cabalgar sobre sus ancas ebúrneas, en ser martilleada por el refinado vidrio del otro, en dejarse humedecer extensamente por su saliva sobre los caminos más preservados, en percibir un aliento de sangre, en ser prospectada por una lengua tenaz, en ser triturada en sus músculos por cada dentellada ansiosa, en ser allanada por la mano que domeñaba sus cabellos, en ser consolada con la voz de los susurros, en dejarse bordear los acantilados de su ámbito, en ser saboreada por el gusto de salitre del hombre, en ser desgajada en el vértice de sus extremidades, en sentirse enfurecida ante la cálida inmersión del hombre en sus huecos, en estremecerse con los empellones que la elevaban o la derribaban alternadamente por encima del mundo ordinario, en el abrazo elíptico que el cuerpo del hombre trazaba sobre el suyo, en mirarle, cómo no, en su actividad empeñada transformando el mineral de su carne.