La mano


Alargo mi mano, mi mano que explora desde antes del brazo, que nace más allá de los hombros, que se extiende desde el órgano invisible donde los sentimientos se acunan. Alargo mis sentidos al proyectar hacia ti mi mano, y en ese recorrido ya te voy tocando, y al sentir el primer instante de roce ya voy sabiendo de tu textura. Voy acortando la distancia, que no es sino física superable, voy tejiendo los pasos, que no son sino decisiones, voy escalando peldaños, que no sirven sino para elevarnos sobre el edificio aparente que los humanos erigen para pretenderse felices. Al expansionar mi mano, los dedos se abren. Los dedos se separan para percibir más superficie, para tocar más tacto de ti, para prospectar una profundidad cuyo fondo se desea fértil. Arde mi mano, abrasa mi palma, mas su envés arrastra la frialdad del vacío y de la carencia. Llega el calor a mi cuerpo. Sale de mi cuerpo pero entra también en mi cuerpo. Y mi cuerpo es el hilo conductor de mi esperanza. Allí donde yo me manifiesto. Al alargar mi mano hago de mi cuerpo un puente que se acerque al tuyo, a través de tu mano. Tu mano hierve, tu mano tiembla, tu mano se agrieta en contacto con la mía. Y es en ese instante en que el azar las vincula, cuando las manos, la tuya y la mía, no tienen edad. No tienen otro rostro que el fuego. No tienen otra sonrisa que el cosquilleo sensible que pare un nombre: caricia.