Rendición

(David Bergman)


Me gusta alzarme cuando estás dormido. Observar tus facciones. La marca que tu entrega te ha dejado en el rostro. El gesto extenso de tu cuerpo en escorzo. Ese abandono que no lo es, porque estás repleto de mi. Ese desorden que nos cubre todavía, porque al despojarte de tu tiempo perdido sin mi me vestías con tu ternura. Esa parada ligera, donde el silencio mora, donde los sentidos se recuperan. Esa turbulencia callada que, en cualquier momento, ante un suspiro de mi garganta, lo sé, va a ponerse en movimiento para edificarnos de nuevo. O para demolernos otra vez. Deconstruirnos del pasado, elevarnos dejándonos conducir por el magnetismo que nos reclama. Doble tarea, vinculante, necesaria, que nos hace fuertes. Mientras el sueño te toma, como antes te tomé yo, te miro largamente. Miro los hombros que se estiran. Miro tu torso sudoroso. Miro tus piernas recogidas. Miro la mano que forma un puño como si me sujetara. Y la mano que se abre como bandera de la caricia, dispuesta a desplegarse de nuevo sobre mi piel ansiosa. Miro tu sexo laso, aún endurecido en parte, como si el hilo de su sangre acumulada me oliera y se mantuviera en vigilancia. Miro el brillo de tus labios, babeando mi saliva, escanciando mis esencias. No puedo evitar contemplar tu cuerpo que aún siento entre el mío. Un suave ejercicio de mi boca en la puerta de tus entrañas y te catapultarás como el primer instante. Y yo me dejaré derribar. Porque mi fortaleza es tuya.