Desde el susurro

(Eikoh Hosoe)

En el susurro va el deseo que emerge lento pero también voraz, una prolongación del cuerpo huérfano, un alargamiento de la mano que roza tus cabellos, pero que en realidad pretende tocar tu alma; va así mismo el aura insaciable del hombre que busca, el vuelo incesante y olvidado a través de territorios en los que jamás medró, el relato de su propia ansiedad, los recorridos pendientes; en el susurro no importa tanto lo que se dice de manera incierta y explícita, sino los monosílabos, las palabras apenas esbozadas, las frases inconclusas, los verbos abortados, las sintaxis torpes, los juramentos; me pongo a tu lado y al abrir mis labios levemente se desata un rumor que tú captas, por el que tú dejas que yo vaya llegando, y nuestra disposición nos acerca, y entonces tú recluyes las palabras, no las dejas nacer con el fin de que se sigan engendrado en lo más íntimo de ti, y tu respiración agitada confirma nuestra aceptación, y dejas que sea yo quien diga, aun sabiendo que lo que digo no sale de mi, sino del fuego y de la tierra y del piélago, y sentimos que los jadeos de ambos nos vinculan; los jadeos: ese profundo gesto que escapa al lenguaje, esa extensión de nuestras sensaciones, ese conjuro firme a la insatisfacción, ese grito clamoroso que nos eleva desde lo más frágil de nuestra arcilla; yo acaricio tus jadeos, abro la boca y bebo tus jadeos, rasgo mi pecho y en él se desparraman ellos para ser fecundados, y sollozo al vaivén de mi propio temblor; el sollozo: un arañazo de la inconsistencia que nos hunde en el origen, un ritmo que atraviesa el tiempo y nos remite a la vida perpetua, un abandono del olvido para retomar el encuentro, un gancho que desgarra en canal nuestras tripas y nos convulsionan; convulsión: ese movimiento que surge imperceptible, que desplaza nuestro suelo, que nos deja sin el soporte interior a través del que anteriormente creíamos sentirnos confiados, que me arroja a mi en los brazos de ti, que me fija en tu mirada, que me ancla en tu cuidado...