Encuentro

(Katia Chausheva)


La sombra que se somete a tus pasos no es la del pasado, sino la del destino. No vienes de las brumas para abandonarte a un paisaje indolente. Eres un tránsito de ti como yo soy un acontecer de mi, y ambos nos encontramos en la encrucijada de nuestras sendas. Somos hijos del asombro, y el asombro mora en nosotros. Sin que sepamos desde qué lejano tiempo hemos estado buscándonos, nuestros ojos brillan en el amanecer de la perplejidad. Náufragos y escépticos, cada uno nos embarcamos en una navegación cuyo puerto ignorábamos. De eso hace mucho. Y la navegación no parecía tener fin. Aguas atemperadas y aguas procelosas nos empujaron sucesivamente contra los escollos de las playas ariscas y contra los acantilados de las costas más inhóspitas. Vientos desfavorables nos engulleron en sus remolinos y brisas tenues nos hicieron pensar que viajábamos con destino acertado. Alguna vez creímos que en una playa calma estaba nuestra meta, y nos anclaríamos, pero sólo se trataba de un espejismo. Otras veces estuvimos a punto de perder la vida, y sólo perdimos la razón. Mas ésta se puede recuperar. La rosa de los vientos no nos sentenció la travesía, porque siempre estuvimos orientándonos a través de nuestra sangre. Los elementos impulsaron en infinidad de ocasiones nuestros viajes, mas también dirimieron nuestra suerte y el abandono. Hoy nos encontramos aquí por el azar, tal vez exhaustos, tal vez indolentes, tal vez estupefactos. Los aires transversales de oriente y los circulares de occidente nos han convocado en algún punto misterioso. Donde las sombras deben remitir. Y el susurro porta el lenguaje del deseo.