La luz

(Alvin Booth)


Sabe que las horas son brumosas sin ti. Sin ti, que las marcas y las dotas de significado. Pero sus quehaceres se hacen más llevaderos al saberte en la cercanía. Tú le procuras el pensamiento, la ilusión recuperada y el deseo que él creía maltrecho para siempre. Tu imagen se desplaza desde la nebulosa hasta el matiz. Y gira en torno a él las veinticuatro horas. No, hay una hora en que todo es más nítido. Una hora misteriosa y que os acerca. Cuando penetra la oscuridad en los cuartos. Paradoja. En ese instante que se fija fuera del tiempo se abre lo más sellado. El conocimiento. Entonces él pronuncia las palabras sagradas que tú repites. Erige un ara donde se sacrifica para ti. Te entregas y haces de su cuerpo una tormenta. Él desencadena todos los elementos para que tú te acojas en ellos. Y te dejas arrastrar a la vorágine. Y en ese momento convulsivo en que la luz lo inunda todo, la inmersión mutua os renueva. Os reconocéis en vuestras vidas con una vida única. Cerráis el círculo de la atracción en vuestro perímetro. Os protegéis. Os asalta la pasión y vosotros os apoderáis de ella, y además reaccionáis con el amor. Y lo reconquistáis en su pureza. La física de vuestros cuerpos os funde. La sustancia os envuelve. El rumor de vuestras gargantas os consagra. No teméis querer ser los dioses de vuestras energías. Cada día emite un brillo especial para ambos, donde no hay lejanía, donde no hay separación, donde no hay ausencia.