(Alvin Booth)
Le gusta tu vuelo sobre él. Has despegado desde una pista alejada y te elevas. Ejercitas un reconocimiento sobre su territorio y él se muestra. Se deja sobrevolar. La ingeniería del amor despliega planos inauditos. Os excitáis, os entregáis, os estremecéis. Y apenas se ha iniciado la visión de los paisajes. En esa observación cálida y firme, ejecutas vuelos rasantes, te precipitas en picado, vuelves a tomar la vertical vertiginosamente, reposas. Él ha percibido tu fuego y tú te dejas prender en el suyo. Vuestras llamas se mezclan y se consienten. Se nutren, os avivan mutuamente, os depuran de lo superfluo. Tal vez porque vuestra materia es análoga. Porque vuestras necesidades orbitaban de antiguo entre lo concreto y lo fantasioso, entre lo posible y la tentación, entre resignarse y transgredir, entre el orden anodino y la pasión desbocada. Y ya va siendo hora de que el magma y la lluvia y la tierra sean uno en vosotros. Él siente especialmente hondo tu vuelo cada noche.