Creciente

(Erick Kellerman)


Él te acariciaba las sienes. Contemplaba tu horizonte. El territorio que ansiaba. El día ya había claudicado. Y te hablaba con voz tranquila. Viejas historias, nuevas fábulas. Se le daba ágil su verbo, emergente desde las profundidades de su imaginación y de su inquietud acerca del mundo. La luna creciente marcaba la pauta. Os iluminaba en la aproximación. Era vuestro encuentro. Él advertía tu inmovilidad, que no era tal. Posaban tus sentidos y él sabía interpretarlos. Pero tu cuerpo, inerte al principio, pronto sería un haz revoltoso entre el envés de su cuerpo. Tú te mostrabas apaciguada para que él trazara los caminos que sus caricias debían recorrer. Las formas que exhibías, aparentemente equilibradas, iban a desmoronarse en cuanto él pusiera un dedo sobre tu piel. Y su uniforme lisura recrearía los pliegues de la geología que te ha formado, tan pronto como la lengua del hombre humedeciera tus llanuras. Luego, no podrás evitarlo, buscará tus oquedades con su olfato, su tacto, su saliva. La creciente será testigo. La fertilidad del amor será vuestra. Entregaros como si fuera un lugar único. Una ocasión irrepetible. Una necesidad inaplazable.