Durmiente

(Katia Chausheva)


No debes temer las pesadillas. Son el pulso que la vida real mantiene con los deseos. Mientras tus ojos se pierden en la niebla, los sueños se deslizan a través de tus venas y te sacan de la rutina. Después, ya no serás la misma. En el transcurso de la noche atravesarás ciénagas, laberintos de adelfas y empedrados de hiedra que te calzarán los pies. Las alamedas trazarán un arco sometido a tu paso. Te sentirás acariciada por una imprevista sudoración que lleva la marca del temor. De lo que no se conoce. La humedad de los piélagos recorrerán tus oquedades más resguardadas. Percibirás el rocío de un amanecer que te habita y la escarcha de los anocheceres donde hibernas. Tal vez te sientas alejada de tu propia especie y frecuentes las costumbres de los seres que pueblan el silencio. Al fondo de una roca encontrarás el abrigo para resistir las inclemencias de los humanos. Incluso puede que escarbes entre el ramaje y el lodo y halles la abertura desde la que mirarás la obscuridad. Ahí te atravesará un escalofrío doloroso. Tu propia caída a la espiral de la nada. Donde la arena flota, donde el agua cristalina se bebe, donde la luz no es imprescindible para moverse, porque otra es la mirada. Y en esa caída sucesiva no te golpearás, porque tienes fe. Sabes que debes elevarte sobre lo que carece de significado. Sabes que debes incorporarte a nuevas percepciones. Donde el pensamiento tiene horizonte. Y el horizonte es un irresistible clamor dentro de tu pecho, al que tú pones nombre.