¡Eh! (ella)


Eh, te estoy esperando. Sé que estás ahí. Con ganas de llegar hasta mi. Lo presiento. No es que dude de que me lo hayas dicho, que sí que me lo has dicho, sino que mi sentido me lo confirma. Porque mi sentido se fundamenta en el deseo por ti. Debes estar escribiendo alguna de esas ocurrencias, sé que lo necesitas. Lo entiendo. Y me gusta. No sólo porque liberas urgencias íntimas. Sino porque me involucras. Me gusta que escribas para mi, porque me gusta leerte para ti. Al fin y al cabo, lo que haces es volcar aspectos y dimensiones de ti mismo. ¿Sólo eso? No, entregas más, y únicamente yo lo capto. ¿Te imaginas leyéndonos mutuamente, las letras del uno al otro? ¿Te imaginas leyendo yo para ti otros textos con mi tono cuajado, reposado o bien tú recitando eso que tanto te conmueve, eso que no cesa de vincularte a la vida? Eh, ven aquí, no se trata de llenar vacíos. Se impone nutrir al vacío de uno o más significados. Justo los que ambos necesitamos para sentirnos reconstruidos. Por eso estamos juntos. Por eso nos prometemos día a día. Las letras no son excusas. Son nuestras expresiones. Nuestra piel, nuestro nervio, nuestra capacidad de reacción, nuestra inquietud, nuestra satisfacción, nuestro destello cenital. Son la jugosidad que gustamos de intercambiar, reflejo de otros provechos que nos afirman. Que nos sujetan el uno al otro. Eh, ven aquí. La noche empieza. Y quiero que sepas de mi, que me adjuntes, que me saborees, que me compruebes. No ceso de tomarte, a veces sin que apenas lo adviertas. No ceso de besar tu nuca cuando llegas y te sientas a mi lado. No cesa mi cosquilleo, ese pálpito cuya inseguridad conjuras tú.



(Fotografió Aira Manna)