El vínculo




Te vi, te miré, atravesé audaz tu retina hasta entrar en los pensamientos que se enredan en lo más recóndito, te coloqué el cordel casi en el tobillo, la representación de un vínculo que los demás reconozcan, me pediste, pero yo iba más lejos, el vínculo no se exhibe, te dije, el vínculo se ratifica sólo ante la persona a la que se ama, te dije, y para demostrártelo en ese momento te vinculé a mi sonrisa, al gesto que de ordinario oculto tras unos ojos tristes, que tú dices, el rasgo que mantengo encendido para que tú lo saborees, la saborees, a ella, a mi sonrisa, y más todavía si quieres, a mi carcajada, te mostraste incrédula cuando te confesé que mi estado natural es la alegría, el loco y enredador alborozo que expresa las ganas de vivir que no se rinden nunca, y fue en el instante en que bebiste de mi, en la convulsión con que abriste tu pecho a mi desenfado, cuando comenzaste a entender cómo me invade el regocijo que nace del placer, yo me puse detrás, sujetando tu cabeza, y fue entonces cuando observé tu geometría trapezoidal, la posición de las piernas preservando tu pelvis sugerente, tu pelvis oferente, contemplé tu bella imagen desde atrás, callado, expectante, ligeramente tenso, sumisamente dispuesto, y al sujetarte por los hombros echaste hacia atrás tu cabellera, sentí su fragor sobre mi pecho, y tu rostro ponía luz a la noche, y tu boca se reflejaba en la mía, miré tu cordel pulsera, el pie como una letra arábiga, y yo me sumergí en tu alfabeto para escribir los versos más joviales esta noche