Los dedos del conocimiento

(Eric Kellerman)


Tu mano me llama. Hay en ella una expresión solar que me conduce a ti. Como luminarias audaces sus dedos me indican el destino. Tu mano se conforma como el cuenco del manantial extraviado y me invita a beber. Un agua primigenia, transparente, cuyo único sabor puede ser el de la tierra que la filtra. Hay en mi una sed antigua. Una sed que no he conseguido saciar. He buscado arduamente el origen del agua que me calme, mas no la encontré jamás. Al ver la postura de tu mano, al sentir el frescor que prolongan las yemas de tus dedos, al acercarme a la formación rocosa que la rodea he comprendido. Tal vez una dúctil y sensible corriente telúrica me lo confirma. Obviamente ésta no es la mano de un pantócrator, cuya elevada majestad permanecía firme pero a la vez difusa en las portadas del mito, transmitiendo autoridad, no fraternidad. Los dedos de tu mano, tan mayestáticos como horizontales, señalan la senda del reino de la felicidad que deberíamos perseguir en la Tierra. Tu gesto me habla de una armonía diferente, de un retorno más veraz al Centro, de un conocimiento mandálico que se abra a otros conocimientos concéntricos. Donde el objetivo final somos tú y yo. Para retomar el camino, para afianzar neustros pasos. Reclamo tu luz, vindico tu liquidez, toco los perfiles que destellan energía. Me gusta comprobar cómo emana la fuerza de esa mano. Cómo sugiere, cómo me atrae, cómo me vincula. Arraigada en tu deseo más íntimo, haces que su lenguaje fructifique en mi ser. Mano que toma la iniciativa y me aproxima. Mano que me apacigua. Mano que me traslada. Mano que hace que yo sienta la densidad de tu sangre. Mano que coge mi mano para tactar tus entrañas cálidas. Mientras, en la penumbra, la otra mano protege el calor de tu cella. Es entonces cuando comprendo que entre la solicitud y la ofrenda estás tú. Tú, aportándome un sentido a la vida cuya agitación me desorientaba, cuya abulia me escarnecía, cuya miseria me petrificaba. Tus dedos que me enseñan, tus dedos que me rasgan, tus dedos que acarician mi sien.