Mirando


Contemplas la calle. No puedes evitar aparentar una mirada ausente. Él está junto a ti y su aura de calor dibuja tu contorno. Roza con sus dedos la caída de tus hombros. Luego los brazos, luego la espalda. Cuenta el orden de las vértebras con precisión hasta llegar al coxis. En ese instante, él se instala sobre tu dorso como una vértebra más. Señala con un dedo la calle. Mira la nieve, te dice. Sientes su aliento húmedo envolviéndote el cuello. Tú miras la nieve, pero no la ves. Miras la luz insulsa, pero no te llega. Sus manos se juntan sobre tu abdomen. Los dedos del hombre se entrelazan y pellizcan tu piel. Su cuerpo se clava sobre la parte posterior del tuyo. Mira el frío, te dice. Notas la presión que su cuerpo ejerce sobre el tuyo. Intentas observar el frío, pero no tiene forma. No es posible sentir todo lo opuesto a lo que él te procura. Son imágenes que chocan, que no se adecuan. Tus ojos se fijan en la abstracción que se dibuja más allá de los ventanales. Pero tu ser está adentrándose en los territorios del otro ser. O acaso no. Está profundizando en los tuyos propios. Él es el médium, el motivo, la posibilidad. Eres tú y eres él. Mira la noche, te dice. Y tú cierras los ojos y no te cabe duda de que las estrellas reposan en tus cabellos. Y que el silencio es un silencio compartido.