Buceo


Sé cuánto te gusta que mis cabellos se alboroten. Unas veces eres tú, otras yo. Aun siendo el resultado semejante, me gusta que seas tú quien los encizañe. Primero porque me rindo a tus movimientos táctiles. Mi cabello es tuyo, me digo. Luego, porque cada paso de tu mano plana, cada movimiento ondular de tu palma, cada rastreo de tus dedos, me enajenan y no sé dónde empieza mi cabello y dónde navega el resto de mi cuerpo. En el abandono, supongo. Sé cuánto te gusta arrimar tu nariz y tus labios y tus dientes a mi pelo. Siento que tú también te enredas en un surtido de olores y texturas y oscilaciones que no percibes habitualmente. Hundes tu cabeza y apoyas la barbilla sobre mi cabeza. Y cuando recoges con las dos manos una mata enorme de mi pelo, como si fueras a lavarte con el agua de una fuente, se produce en todo mi eje un estremecimiento singular. No me ves, no te veo. Pero mis cabellos han salido de mi y vuelan entre tus dedos. El otro día me dijiste que querías sentirlos también entre tu sexo. Que deseabas horadarlos. Me agitaste, aunque callara. Desde ese instante, no es para mi una mera curiosidad. Ardo porque te sumerjas hasta las profundidades de mis cabellos con toda tu hondura natural. Y que bucees entre ellos con todo el estímulo de tus instintos.